Un huevo nadando en aceite y escoltado por aceitunas, como
en el Metropol de Tanger, ha sido el ingrediente principal de mi desayuno en
Castillejos.
A esa primera hora, las ocho, apenas había trafico en el
camino a Tetuan. A cambio, una legion de jardineros mantenía la pulcritud de
los jardines que, por kilómetros, jalonan las villas y hoteles de Restinga y
Smir.
En el rincón tenia una cita con mi infancia en el borde de
la playa que ha menguado tanto a favor de un lustroso paseo. Hay un viejo solo
y afanado en la reparación de su red que levanta la cabeza y conversa conmigo
en español. Ya no hay golpeteos de carpinteros de barcas; confinadas ahora en
un arrinconado y rocoso puerto.
Renuncio a acercarme al cabo Negro y a Martil por no
ampliar arriesgadamente la etapa.
Bordeo Tetuan afligido por el viento en una interminable circunvalación.
Cruzo el río y tengo franca la carretera a Uad Lau, a 40 kilómetros. A una
primera hora veloz le han seguido fatigosas cuestas que hablan del poco afecto
de los ingenieros marroquíes por los puentes y, por esa razón, nos vemos
arrojados la carretera y yo a la profundidad de cada arroyo y a las crestas de
una costa abrupta y elevada a plomo sobre el mar. No puedo evitar pensar los
buenos motivos que tuvo mi padre para no meterse nunca con su coche en este
berenjenal,
En bici no hay ocasión a la duda y persevero hasta
alcanzar, poco después de las dos de la tarde y tras 82 km de etapa el plácido
y costero Uad Lau, en el mismo borde del mar y del río que le da nombre.
Mi hotel hoy es mínimo pero su ducha reconfortante y la
azotea esta batida por un persistente viento que todo lo seca.