Mi padre habría disfrutado mucho sentado en donde yo estoy ahora, en un chiringuito de playa dando holgazanería a un domingo. Lo que no puedo saber es cuánto o de qué manera. ¿Qué se yo lo que le pasaría a él por la cabeza?
Sobre las mesas hay distintos formatos de tuperware con comidas caseras para un domingo de playa y, al lado, las botellas de cerveza Skol de 600 c.c. dentro de su cesto refrigerante.
Detrás hay música interminable de un cantor y su guitarra. Melodías tan melancólicas que hacen que los rostros de la gente se pongan serios, algo tristes, mientras sus labios siguen las letras de las canciones.
No hay blancos en la playa de Itaparica. Esta es una playa muy popular.
Creo que me he acordado de mi padre porque este es un lugar perfecto, en su mejor tarde de domingo de los años 60, para conversar sin límite con mi madre en algún pequeño y solitario bar mientras los niños, nosotros, nos perdemos entre las aventuras inventadas en la arena.