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martes, 14 de agosto de 2018

Calor

Llevo semanas asfixiado por el calor.

He intentado todas las formulas para combatir los efectos de estas temperaturas centroamericanas sobre este "ciclista al sol" pero soy consciente de que es difícil hacerse a la idea.

Recuerdo el calor de Guyarat (India) en abril, o el de Jaisalmer. De como ese achicharre se hace invisible, naturalmente, en las fotos o en cualquier otra imagen, vistas siempre a la temperatura del observador y no a la que fueron tomadas.

A partir de ahí hago repaso de todos los calores que he pasado por si alguno pudiera perecerse, al menos para mi, a esta persecución a la que me somete el sol por estas tierras.

Jornadas calcinantes eran también aquellas de los años 60 del pasado siglo en las que atravesábamos la Península desde Algeciras a Asturias pegados casi desnudos a la tapicería plástica del coche de mis padres. Recuerdo mirar desde la ventanilla el Paseo de las Palmeras de Sevilla y pensar que todo estaba a punto de derretirse en las aguas del Guadalquivir.

También en Marruecos pasamos una jornada verdaderamente estrafalaria un día de julio en el que mi padre ideó un pic-nic en un raquítico bosque de eucalptos en el que el suelo ardía y el aire tórrido solo lo tomábamos por pura necesidad.

Recuerdo los modestos hoteles de India en donde era necesario dejar "enfriar" el agua de la ducha llenando un gran recipiente plástico para rebajar los 50 grados con los que el agua llegaba de las superficiales conducciones públicas hasta los 30 o 35 grados de la temperatura ambiente.

Politana. Guyarat. India

También viene a mi recuerdo una desquiciada ruta extremeña, en pleno agosto, en la que fuimos a dar al comienzo de la tarde a Valencia de Alcántara. En el pueblo cerrado a cal y canto hasta las llibélulas mantenían a duras penas su vuelo al amparo de las sombras de los arbustos.

Antiguo cementerio portugués. Damán. India
Calor también en bicicleta. Calores previsibles en Sierra Morena, recorrida en el poco recomendable agosto y en donde quedó demostrada la eficacia de la parada técnica en las horas de máxima temperatura y que sigo practicando ahora en este viaje.

Una ciclista francesa, de nombre Filomene, me confesó en David, Panamá, que su horario de "trabajo" en los caminos comenzaba a las 4 a.m., a pesar de no haber amanecido aún, y que entre las 9 y las 3 de la tarde se refugiaba donde podía. Yo adelanto un par de horas la salida porque más me vale chamuscarme que no que un traailer me pase por encima.

Termino estas notas a un par de días de salir para Sri Lanka y luego India. Agosto. Hará calor? :-)

miércoles, 6 de junio de 2018

La travesía de Centroamérica en Rodadas

La revista digital Rodadas, que reúne a los aficionados a viajar en bicicleta, ha alojado entre sus viajes por América el que hice entre 2018 desde la Ciudad de Guatemala a la Ciudad de Panamá.



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Y también ha incorporado la guía, con otro contenido, dentro del proyecto "Panamericana", pensado para los cicloviajeros que atraviesan el continente entero.



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lunes, 26 de marzo de 2018

Árboles con nombre



Cuando yo aún no tenía padres, el que luego sería el mío hacía sus viajes a caballo por los caminos para visitar las aldeas de la meseta del Kert. Este interventor adjunto, de poco más de 30 años tenía la tarea de reunirse con los notables, recabar información del caid y anunciar las pequeñas obras que el Protectorado de España en Marruecos se proponía acometer.


Cuando ni siquiera había aduar o aldea, si no un lugar de mercado o zoco la reunión se hacía bajo un árbol o se armaba una tienda y se cubría el suelo de alfombras.


Hay árboles que han cobijado las asambleas de humanos en el Rif y en multitud de aldeas del mundo, durante cientos de generaciones. Quizás la energía que transmiten hagan sentirse a los grupos de humanos más unidos y menos indefensos.

Hay muchos árboles en Centroamérica, grandes y poderosos, candidatos a ser apropiados árboles de reunión. Tan hermosos y singulares que merecen llevar un nombre. No el científico o popular, que lo tienen, sino uno propio que marque su singularidad. 

Mientras pedaleo y me asombró de estos titánes que jalonan mi ruta sigo a mi padre en su periplo, oigo los murmullos y los saludos cuando llega a los aduares, miro como se sienta con todos bajo un árbol en el Rif y hablan de asuntos que no alcanzo a oir..........por el persistente ruido de los camiones que me adelantan.





martes, 6 de marzo de 2018

Bendiciones

Al llegar a Choluteca he tenido que apartarme de la carretera acometido por el avasallador empuje de los autobuses escolares USA adaptados en Honduras al transporte local de las aldeas vecinas.

Mientras esperaba pacientemente a un costado del trasto he visto como descendía con dificultad extrema una anciana empequeñecida, frágil y desamparada. Tanto como si a mi desaparecida madre, castigada por años de alzheimer, le hubiéramos dejado sola y con unos trapos y unas zapatillas se hubiera subido sin destino a uno de estos autobuses amarillos.

He observado a la anciana que titubeaba en sus pasos y no llegaba a apartarse con seguridad al borde de la calle quedando a merced de la prudencia de los conductores.

He parado y sugerido a unas vendedoras jóvenes que la anciana parecía desorientada y perdida. Nada de eso, me tranquilizaron lasa chicas, la señora aparecía todos los días por esas horas y ejercía la mendicidad en el centro de Choluteca.

Pasó a mi lado y,en efecto, me pidió limosna. Contra mi costumbre le di un billete de suficientes lempiras para que lo mirara dos veces entre sus dedos y, luego, levantó sus ojos hacia mi y me pidió que me quitara el casco.. "que no le voy a hacer nada"

Me lo quité y bajé la cabeza cuando ella dirigía su mano a mi frente  mientras me bendecía.

lunes, 5 de marzo de 2018

Sur de Honduras

Me dejó mecer a esta hora  por el viento que recorre los manglares del Golfo de Fonseca. 

En un descuido, hasta sueño que el aire se hará fresco en un rato. Un sueño refugio e imposible. Se ha puesto al fin el sol para darnos un descanso y en San Lorenzo anochece. 

Se van deshaciendo las últimas horas del domingo.






























El agua chapotea bajo estos pequeños palafitos que asemejan satélites de un bar de costa. Hay más sonidos pero no les presto atención. Esta calma refrescante surca, cuando escribo, mi primera noche hondureña.
Los miles de grados que me atizaron desde temprana hora, por atrevido, en la carretera Panamericana me han dado la oportunidad de conversar con estas gentes en cada obligado y asfixiado descanso. 

Sus nombres: Carlos, quien ya había tomado 10 cervezas a las 10. Beresina, maestra de Nacaome, estudiante en Madrid,  que había sacado a su madre a visitar a sus parientes. El asador de pollos que orientó mi búsqueda de hotel en San Lorenzo. Y al final, como leño ardiente que necesita playa, di con Carlos, sevillano inmigrado, que por achicarme el precio del hotel Rivera terminó por aplicarme tarifa de tercera edad y cobrarme solo una de las dos noches que voy a pasar aquí. En el corazón del Sur de Honduras.

miércoles, 28 de febrero de 2018

América de nuevo

Aun quedan días fríos de invierno en Europa.

Y yo vuelvo a este cálido continente de nuevo. Mirando el mapa mundi y pensando en dónde estoy da la sensación de que en cualquier momento me mojaré los piés.

Este pedazo de tierra está en el centro, en mitad de dos océanos y de dos continentes. El Atlántico al Este y el Pacífico al Oeste. Entre la América del Norte y la del Sur. Una estrecha unión rebelde a ser inundada por tantas aguas. Una geografía que no pasa desapercibida, enrevesada de montañas altísimas.

Busco en este nuevo viaje lo mismo que siempre, las gentes. Tardé tiempo en aprender que este era el verdadero objetivo de mis andanzas. Y a pesar de esta certeza, pisando tierra de Guatemala, me siento por momentos perdido en un territorio desconocido, por el paso desconocido del tiempo entre volcanes antíguos y otros, tan modernos, que humean.

Me siento bienvenido de nuevo a América con mi compañía habitual. Mi leal bicicleta.