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lunes, 24 de marzo de 2014

Zahora a Chiclana

Zahora es un poblado que en invierno es casi inexistente. Un puñado de casas de verano, normalmente de una planta, repartidas ordenadamente a los lados de cuidados caminos de tierra.

Salimos bien temprano con intención de caminar al sur oeste y ganar cuanto antes la costa que habría de llevarnos a Conil de la Frontera pasando por El Palmar.

Era domingo y hacía una mañana fría y con viento. Aún así, los surfistas y sus cometas se adentraban en el atlántico.

El agua de los brazos del río Salado nos cerro el paso en nuestra travesía y solo pudimos acercarnos al puente observando la ruta que llevaban otros escasos caminantes a lo lejos.

Conil, blanca y animada, hizo todo por retenernos entre sus calles estrechas y sus cafés de gente animada por el sol y resguardada del viento, pero al poco salimos para no demorar la etapa, que era larga y no podríamos terminar por nuestros medios a causa de la distancia. La primera vez que se aborda ese tramo de costa no resulta fácil acercarse al Cabo Roche, oculto entre matorrrales y no es este un faro que sobresalga y se divise desde lejos.


Hay una tirada larga hasta Roche, un pueblo de vacaciones vacío y poco acogedor en esos días de diciembre. El día se hacía cada vez más frío y la tarde parecía que aceleraba su paso así que, sin detenernos, avanzamos hasta el inicio de Sancti Petri.


No había más remedio que esperar un autobús urbano que nos acercaría a Chiclana, que se encuentra en el interior a casi nueve kilómetros de la costa.