miércoles, 1 de diciembre de 2010

Discontinuo


La instalación en la rutina de mi vida organizada alrededor del trabajo se parece a los periodos de estancia en tierra que tienen los marinos antes de embarcarse de nuevo. Provisional y pasajero.

Cuando salgo de aquí, viajando, el paisaje en continuo movimiento estimula mi vida de tal manera que apenas doy abasto para mirar, oír, sentir, entender…

Ahora cuando el paisaje es invariable, en tierra, mitigo la monotonía buscando el queso del conocimiento como un ratón hambriento: leo.

Leo sin continuidad. Trozos de textos y palabras intercambiables que encuentro en los libros, en los periódicos, en la radio, en la red. Sigo peripecias de viajes ajenos, emociones y recuerdos evocados por otros, pasajes clásicos de poetas muertos, hallazgos científicos en sus primeros titubeos, pequeños ensayos, cosas así.

                                               El Interventor tomando el té en el Rif. 1954
Por momentos, esta manera discontinua y diversa de observar quieto el mundo parece un truco mágico para que todo parezca en movimiento.



miércoles, 29 de septiembre de 2010

Blanco y negro

Estas semanas de vuelta a casa, a la rutina, me hacen sentir el cambio como el filo nítido que hace una cartulina negra sobre el blanco de un folio.

Desde esta conocida perspectiva de los días de diario se hacen notar, más aún, los más de cuatrocientos días que he pasado fuera de aquí, fuera de esta vida. En otra vida.


No se trata de recuerdos o evocaciones de esas que hacen que tu cara repose sobre la mano en una melancólica mirada a las fotos o los pequeños tesoros para después de una travesía. No. Es la constatación sin más de que estos días son como son lo que me hacen perder peso y sentir de manera indefinida, gozosa y constante que los otros días eran otros.

Tengo que recordar el agradecerle a alguien el disponer de un software que facilita tanto las cosas. Agradecer el haber aprendido, no se en donde la verdad, a regresar fácilmente a casa para poder irme tan campante.

Son casi las 8 de la mañana. Viajo en un autobús urbano rumbo a mi oficina. Sonrío. Se ya que los sueños se llevan a cabo. Que casi todo es posible. Hay más cuatrocientos días esperando.


“Hoy, antes del alba, subí a las montañas, miré los cielos llenos de luminarias y le dije a mi espíritu: 'Cuando conozcamos todos estos mundos y el placer y la sabiduría que contienen, estaremos tranquilos y satisfechos?'

Y mi espíritu dijo: 'No, ganaremos esas alturas sólo para seguir adelante'”

Walt Whitman

viernes, 27 de agosto de 2010

Carurú

En Bahía hay distintos festejos dirigidos a los niños (as crianças) Uno de ellos es una comilona acompañada de regalos que se llama “carurú” (oír música)


El día aquél que trazamos el sendero por la mata atlántica para alcanzar la playa desde el predio, mi casero Lázaro prometió a la chiquillería que nos recibió al llegar abajo, en la favela, que un día haría un carurú para todos ellos.

Semanas después, al despertarme una mañana, la cocina de la casa estaba en una agitación inusual con el trasiego que podría preceder a un banquete: Ollas de tamaño superior ocupando los fogones, las cuatro mujeres de la casa afanadas de un lado para otro de la estancia, alimentos y verduras desparramados por todas partes. Eran los preparativos del carurú.

Me aseguré de cual era la hora a la que debía regresar a casa para participar en la fiesta y me fui fuera a mis asuntos.

Regresé a las 3 de la tarde y la cocina continuaba con la agitación en la que debía de ser una nueva fase de preparativos y ya andaban entonces por la casa una tropa de invitados adultos que si tenían función alguna debía ser para más tarde porque vagueaban por todas partes.

Mi instinto me indicó la preferencia por una sutil imitación de las otras personas presentes pero, sin poderlo evitar y a causa de mi mal entrenamiento familiar, entré en la cocina y me solidaricé con aquél zafarrancho. Se empezaban a llenar platos de aluminio con su tapa de cartón que eran la base del banquete infantil. Una especie de plato hecho con harinas de varios colores, arroz blanco, feijoes, salsa de gambas y pollo. El problema residía en que eran cien unidades.



Llegó Flabio, nuestro hombre en la favela, y empezó a trasladar cajas de cartón rebosantes de platos hasta la furgoneta volkswagen aparcada junto a la entrada del predio. Cuando todos los platos estuvieron confeccionados se invitó a comer a los adultos presentes en la casa que habían añadido a su indolencia una intranquilidad comprensible porque eran ya las 7 de la tarde!!!

Enseguida bajamos a la entrada de la Favela Gamboa que es, como casi todas, el arranque de una escalera que se hunde en la oscuridad mientras desciende con la ladera. Con las cajas sobre la cabeza empezamos a caminar y en unos instantes estábamos rodeados por docenas de niños expectantes que jaleaban con gritos de alegría: carurú, carurú!!!

Al poco uno se me quedó mirando y dijo:

_Yo a ti te conozco. Eres el que se había perdido en la mata.

Y otro chiquillo le ayudó enseguida.

_ ¡Es Yosé! ¡Es Yosé!

Llegamos hasta el pequeño rellano que separa la casa de Flabio de las rocas y las aguas de la bahía. Norma Santana, la bailarina que vive en la casa, se ocupó de entretener a los críos con juegos y bromas como aperitivo de la fiesta. Eran unos 70, ruidosos, alegres, de culo inquieto y alguno de ellos bastante violentos. Tenían entre 4 y 10 años de edad.

Mirarles me hizo pensar en que aquí la infancia no dura nada. En que la violencia es la manera de sobrevivir en los fondos de la ciudad, en que son indudablemente pobres y felices a un tiempo y otros pensamientos solapados por el estilo. Pero poco……la alegría de la fiesta se sobreponía a cualquier cabilación. Contagiaba.

Todo funcionó bien. Se formaron filas para recibir el plato de comida, los vasitos con refresco, un envoltorio para cada uno con regalos sencillos: el anillo de plástico, el relojito de goma, matasuegras, globos y cosas así.

Con timidez se fueron acercando algunos adultos que también tuvieron su plato de carurú hasta que se agotaron.


Canciones, recoger los envases, más fotos, subir escaleras, abandonar la favela……………carurú.

martes, 24 de agosto de 2010

Aiara

Al principio de estar en Salvador, cuando aún ocupaba una habitación cuádruple en el Hotel Arthemis de la Plaza da Sé, casi todas las noches buscaba un peldaño en el zaguán de una antigua casa portuguesa para sentarme un rato y contemplar el trasiego del Largo de Pelourinho, puerta de entrada y de salida del empinado barrio viejo de la ciudad. (oír música)

Hoy, aún de día, he pasado por allí y me he sentado de nuevo, más por refugiarme del sol ardiente que por la contemplación en si misma.

Al poco, se ha sentado a mi lado una de esas mujeres bien orondas de carnes y vestidas con ropas tradicionales de bahianas que se ofrecen para decorar las fotos de los turistas.

La que compartió mi improvisado banco se llama Aiara y además de algunas palabras sin sustancia tuvimos la conversación que sigue (ella en lengua portuguesa y yo en la que buenamente pude)

_Estoy cansada. Llevo todo el día aquí.

_Si, hace mucho calor al sol en esta plaza. Es duro tu trabajo.

 _¿En qué estás pensando tanto? ¿En las deudas?

_No. No tengo deudas. Es por eso que puedo pensar tranquilo.

_Yo si. Yo tengo muchas deudas. (silencio) Todo el mundo tiene deudas…….menos tú.


Y añade Aiara al poco:

_ ¿Y en qué piensas si no es en deudas?

_No se. En las cosas simples. En el trabajo de esos hombres de ahí delante que instalan una carpa, en el barrendero cansado, en los vigilantes del museo de la esquina, en los turistas que pasan acalorados y en cosas así….

(silencio)


_Si tu puedes pararte a pensar en esas cosas es que, verdaderamente, no tienes deudas.



Hay algo más: En portugués las deudas se llaman “dividas”. El periódico La Tarde de hoy mismo informa de que más de 80 millones de brasileños están endeudados por la facilidad con la que los bancos prestan dinero y por una corriente generalizada de consumo.

No estamos hablando de deudas hipotecarias. Son deudas por adquirir bienes de consumo sencillos como electrodomésticos, ropa, menaje, etc. De hecho, la mayoría de los productos se etiquetan en una cantidad baja multiplicada por el número de juros (letras) en que se puede pagar. Por ejemplo: Un viaje de fin de semana 100 reais x 5 juros; un ordenador 190 reais x 10 juros; una nevera 150 x 5 juros, y así sucesivamente….

(para los aficionados a los cálculos, un euro equivale a 2,5 reais. Más fácil aún, el cuarenta por ciento de cualquier precio en reais es su equivalente en euros)

jueves, 19 de agosto de 2010

Boipeba

He cambiado la quietud de la playa por un caminar incesante, a través de esta isla de Boipeba. Camino en todas las direcciones. Vigorosamente. Casi sin que lleguen a formarse en la arena de los caminos las huellas rápidas de mis pisadas. (oír música)


Tanto ha batido mi pulso en las veredas de esta isla que ahora, como decía un poeta portugués, si que puedo decir de nuevo que una isla es como un corazón rodeado de mar por todas partes.

En solitario. Soy el único intrépido que se adentra en las matas a esas horas centrales del día en las que la búsqueda de la sombra y la quietud son obligadas reglas de salud pública. He sido perseguido en todo momento por el sol cegador que hace blanco el aire y embarga el cielo hasta casi desteñirlo.

Boipeba es casi llana, arenosa en cualquier dirección que se tome, sin carreteras y sin más motores en tierra que los que empujan a los tractores agrícolas que hacen el único transporte posible de “larga distancia” a través del suelo blando. Los trayectos cortos son para las carretillas de una rueda y propulsión humana. También hay burros y mulos con sus alforjas y, algunos, tirando de carros ligeros.

En una isla tan pequeña solo hay lugar para lo imprescindible. No hay policía alguna ni oficina de correos. Ni un solo obstáculo enmaraña las calles: no hay postes, ni señales, ni bancos, ni vados, ni alcantarillas, ni publicidad alguna.

Lo que si hay es una red fina, casi transparente, como las de los pescadores de playa, que relaciona entre sí a los casi mil habitantes que viven permanentemente en esta isla. Nudos de conexión entre la gente y una voluntad tejedora de los moradores que, como costumbre, preguntan a unos por otros sin excusa ni curiosidad, sin que haya urgencia o mensaje alguno que darles.


Al anochecer, las calles se hacen aldea de penumbra mientras el paisaje se desdibuja y la isla vuelve al silencio. Los nativos, que es como se llaman a sí mismos, salen de las casas a pasear de un lado para otro, se detienen a tomar alguna cerveza, a hacer las pequeñas compras y a preguntar los unos por los otros….


P.D. De Boipeba se puede salir de dos maneras y ambas, naturalmente, por mar. La primera es una lancha rápida que lleva a Valenca, en el continente. El trayecto dura una hora y la tarifa depende de si se es nativo, 8 euros al cambio, o si se es no nativo 14 euros.

La otra manera es la que empleé yo. Una lancha, nada rápida por cierto, te lleva en una hora a Torinhas que es menos que una aldea portuaria en otra isla mayor que Boipeba; allí te coge al rato un autobús que, por una pista de tierra, te acerca a Valenca en otra hora y media más a través de una selva. En este itinerario de casi tres horas solo hay una tarifa de 5 euros única para todos. Solo había pobres entre los pasajeros. Es simpático el nombre de este servicio de transporte: Expreso de Boipeba

    .../...

lunes, 16 de agosto de 2010

Itaparica

Septiembre de 2009.  Bahía de Todos los Santos. Brasil

Mi padre habría disfrutado mucho sentado en donde yo estoy ahora, en un chiringuito de playa dando holgazanería a un domingo. Lo que no puedo saber es cuánto o de qué manera. ¿Qué se yo lo que le pasaría a él por la cabeza?


Estoy en una isla al otro lado de la Bahía, frente a Salvador. La playa está plagada de sillas y mesas de plástico y entre las patas se acumulan botellas de cerveza vacías. No hay una sola toalla sobre la arena y el despliegue de distintos apaños para sentarse llega hasta el confín del agua misma.

Sobre las mesas hay distintos formatos de tuperware con comidas caseras para un domingo de playa y, al lado, las botellas de cerveza Skol de 600 c.c. dentro de su cesto refrigerante.

Las sombras están hechas de palmeras de cocos y troncos de madera con armazones que las imitan en el oficio de dar algo de sombra.

Detrás hay música interminable de un cantor y su guitarra. Melodías tan melancólicas que hacen que los rostros de la gente se pongan serios, algo tristes, mientras sus labios siguen las letras de las canciones.

No hay blancos en la playa de Itaparica. Esta es una playa muy popular.

Creo que me he acordado de mi padre porque este es un lugar perfecto, en su mejor tarde de domingo de los años 60, para conversar sin límite con mi madre en algún pequeño y solitario bar mientras los niños, nosotros, nos perdemos entre las aventuras inventadas en la arena.

jueves, 12 de agosto de 2010

Mata Atlántica

Hoy es sábado. Este es el día más extraño desde que estoy en esta ciudad. Mi sorpresa tiene que ver, lógicamente, porque he salido al fin de mis dominios urbanos. (oir musica)

Hoy era el día previsto para echar un vistazo al "proyecto" de Lázaro Faría, mi patrón, de recuperar el antiguo acceso a la playa del predio. En principio es solo tomar nota de la situación, valorar soluciones y alguna otra acción preliminar.

El pequeño rascacielos en el que vivo, construido en los años 50, tenía en aquel entonces una senda de acceso hasta la playa que está a pocos metros, quizás 100, pero con un declive de 60 0 70 metros. Los modernos edificios contiguos tienen elevadores en plano inclinado que llevan a los vecinos hasta el espigón en el que abordan o descienden de sus barcos. En nuestro predio el camino dejó de usarse hace décadas.


A mí no se me ocurrió mejor atuendo que los pantalones thai, mis zapatones naturalmente y la camiseta de gas natural de mi hermano Alberto.

Cuando vi a Lázaro llegar con dos escaleras de madera gigantes, una madeja de cuerda gruesa y espesa como las de los escalador de finales del XIX y, sobretodo el recubrimiento de aquél hombre con un mono de piloto de color jungla y unas botas de montañero......me hicieron recordar aquella película de E.T. en la que cuando empieza a girar la cabeza el extraño la niña que le observa impresionada dice: aquí va a pasar algo!!

La aproximación por los sótanos del predio resultaba un riesgo para cualquier observador. Viejos hierros oxidados y cortantes sobresaliendo de los muros, tapias de más de tres metros, un foso que había que atravesar a más de dos metros de altura sobre un reguero empedrado…..Pensé que el seguro que me había hecho mi hermano no aceptaría de ninguna manera un siniestro en condiciones tan extremas.

Al superar las defensas de la casa y tomar tierra en la ladera hacía una temperatura, una humedad, un color y un sonido que no había experimentado nunca. Era una mata atlántica con sus bambús abandonados a su esplendor, plantas gigantes con hojas verde oscuro, lianas colgando de todas partes, troncos muertos. Me precedía Lázaro cogido inestablemente de una cuerda mientras yo, más reservado, le seguía con un machete de sesenta centímetros que él había insistido en poner en mis manos.

Pensé………….tanta vacuna y tanto seguro y aquí me va a comer una pitón en cualquier momento.

Lázaro bajaba más decidido y rodando por el suelo cada poco. Yo iba más lento pero seguro. A un punto, él desapareció por completo trocha abajo.......´.

Me vi allí solo a mi ventura, acalorado, fuerte, tan vivo como las plantas que me rodeaba. Agradecí tener esta oportunidad de contacto feroz con la naturaleza y me sentí bien recibido y tratado por ella.

Blandí el machete con cuidado, tumbé ramas y desbrocé cuanto puede…...hasta que pasaron unos minutos y oí gritar mi nombre desde abajo: Yosé, Yosé………......

Bajé con algo más de premura y a las voces de Lázaro llamándome se unieron las de algunos niños. Al poco, tres chiquillos negros en bañador y descalzos preguntaban si yo era Yosé como si fueran Stanley encuentro de Livingstone. Se miraron entre ellos y se dijeron: Se ha perdido!!!

Bajamos los últimos 30 metros de ladera y de un salto a las rocas, la playa y Flabio, un negro de la Favela contigua que charlaba con Lázaro. No puede bañarme porque no tenía nada debajo de los thai y en Brasil no les hace ninguna gracia el nudismo.

Buscamos más tarde con ahínco las trazas de un camino que ascendiera…...pero fue en vano. No quedaban siquiera restos. La subida fue dura y resbaladiza. Cuando alcanzamos los muros de nuestro predio y parecía que había terminado la aventura....alguien había puesto un candado a la verja de protección. No había nadie cerca. Presidiarios?

viernes, 6 de agosto de 2010

Ciudades

Salvador de Bahía. Este recipiente de multitud de personas atareadas, esta maraña de casas, este orden y desorden al que llamamos ciudad no te deja que pases desapercibido ni por un momento. (oír musica)


Puede que esta ciudad me esté observando, mirando fijamente desde mi llegada. Debo resultar tan extraño en sus calles como un esforzado caminante de campo que todo lo observa minuciosamente para aprender. Hasta hago revisión una y otra vez de mi propia sombra para asegurar mi posición en relación a este sol extraño que se mueve de Este a Oeste pasando por el Norte.

Salvador me mira pero se resiste a darme la bienvenida. Aún medita si estoy de paso como un turista apresurado o voy a quedarme el tiempo suficiente para ser de aquí, aunque sea en la categoría más humilde de los residentes provisionales.

Siento como si muchas puertas no fueran a abrirse hasta que la incógnita de mis intenciones quede bien resuelta. Es posible que si no me lo gano no haya para mí Salvador de Bahía en la intimidad. Poco más conseguiré que un manojo más de calles de una ciudad de América. Impersonal.

Si no me abro yo mismo lo suficiente es seguro que nada se abrirá para mí que no sean los simples tornos giratorios instalados para contabilizar viajeros.

Cada mañana salgo de casa con el mejor espíritu, mi energía a punto de sobresalir por las costuras y tras 8 o 10 horas de mi particular trashumancia regreso sin siquiera un guiño de la ciudad, una promesa de aprobación, un "estamos estudiando su caso"

Me haré presente de nuevo en este domingo ocioso. Dejaré que la ciudad me vea pero tan solo caminando por su borde en busca de un barco. Me apartaré algo de la ciudad atravesando la bahía de Todos los Santos por ver si a mi regreso hemos avanzado algo. Salvador y yo, digo.

Paciencia.

domingo, 1 de agosto de 2010

Porto da Barra

Hay algunas cosas que escribí en Brasil, cuando aún no había iniciado este blog, que corren el riesgo de perderse por ahí entre otros muchos trastos. Lo sentiría especialmente por las fotos que tantas veces hacen innecesarias las palabras. Así que como quien se da un respiro en un día de trabajo e imagina lugares tropicales mientras cierra los ojos voy a ir rescatando notas de esos días de 2009 en Salvador de Bahía.... Para la gente de mi familia que ya leyó esto a su tiempo les animo a otro vistazo, esta vez con música.

Hay una marea de gente que abandona la playa cuando ya hace rato que ha anochecido. Se echa encima la hora de volver a casa. La playa de ese nombre, Porto da Barra, deja ver entonces sus tripas al desnudo, su arena desolada bajo un vertedero de latas, botellas, cocos y un bazar entero de despojos que, hasta entonces, han sido camuflados bajo las sombrillas.

Es un asco. Es la arena retorcida, maloliente, sufrida y resistente al mismo ataque cotidiano. No hay duchas ni papeleras, ni en la arena ni en sus inmediaciones. No hay remedio. Siento pena al contemplarlo…..pero, aún hay que quedarse allí un rato. Pacientemente.

Es sabido que no hay nada aquí que no sirva para más de un uso. Un método de reciclaje perfecto y económico que alivia las onerosas cargas de las limpiezas públicas. En efecto, un enjambre de pobres se acerca a la arena como hacen las gaviotas al atardecer en las playas de Europa en busca de los despojos abandonados por los bañistas. Pobres especializados en latas de aluminio, en cocos desventrados, en botellas de plástico y en metales de sombrillas desvencijadas. Los hay con vehículo, es decir carretilla, y los hay con grandes bolsas de plástico que llenan, atan y luego cargan sobre sus hombros o apoyan en una bicicleta.

Estos hombres son ágiles y diligentes. No hay descanso. Las sucesivas pasadas de punta a punta del arenal van despoblándolo de un tipo de basura, como si fueran cedazos singulares y, de ese modo, en menos de una hora no queda nada sobre la arena, tan solo la noche que se abate parsimoniosa sobre algunos los bañistas que no han dejado de entrar y salir en un mar que siempre está a 24 grados.

Sin necesidad de horario de apertura, puede considerarse que la playa ha quedado cerrada. Limpia. Los vendedores ambulantes se han recogido, el tráfico se reduce y solo queda algún transporte público ocasional, las plazas de aparcamiento se quedan vacías, nadie espera ya en las paradas del ómnibus y casi puede oirse llegar el silencio….

Noche y día.

.../...


Regreso a esta playa el domingo a las 7 de la mañana. El sol ya ha salido hace más de una hora y se eleva en el cielo a toda velocidad como tiene por costumbre hacer en este hemisferio. Vengo caminando desde casa, cuesta abajo, en apenas 20 minutos. La luz ya ha hecho su inundación cotidiana y todo parece dispuesto para una inauguración.

Las personas aparecen de una en una como sucede con los que se anticipan previsores a la hora de comienzo de un espectáculo. La playa se puebla de deportistas de todos los palos incluido el yoga, dueños de todas las clases de cuerpos de cualquier edad, mirones, ancianos solos o en conversación animada, indigentes que aún duermen, sirvientes pobres de pobres que hacen los primeros acopios de material en el puesto de venta, transportistas de sombrillas de alquiler, jóvenes que aún no han vuelto a casa y ociosos como yo.

La arena empieza a cubrirse. Es la marea de nuevo que regresa con el día. Como en todas partes, la gente llega llena de pertrechos, provisiones y alegría. Lo van cubriendo todo inexorablemente. Parece que la arena se escondiera de la vista hasta desaparecer por completo.

Son las 8 de la mañana de un domingo de octubre y esto es O Brasil.

Es entonces, cuando recuerdo que una revista española hizo una indagación entre sus lectores sobre cuáles eran las playas más bonitas del mundo. Ganó un arenal nacional que no recuerdo ahora pero si puede saberse que la segunda en las preferencias era Porto da Barra.

Como dicen aquí: Da para ver!!

jueves, 29 de julio de 2010

Bicicleta

Tan solo hace unos días que viajé con mi hijo Jaime por el casco antiguo de Barcelona en bicicleta. Es una forma deliciosa de desplazarse por las callejuelas sin tener que vigilar las acometidas del tráfico.

Ayer, como tantos días, rodé de nuevo por el centro en busca de mapas y otros pequeños asuntos pendientes hasta que mi bicicleta, bien aparcada y protegida con candados, se convirtió en una víctima más del asalto de los ladrones en el verano de esta ciudad. Insistentes y dañinos como si de una plaga de mosquitos se tratara estas gentes acechan desde el inicio del día a cualquier ciudadano, con preferencia por los aturdidos turistas extranjeros o por objetos que, como la bici, puedan ser revendidos de inmediato.

Al ver el candado roto y tirado no me disgusté que, como es sabido, es el segundo y peor efecto de una perdida material. Lo que si hice fue recordar esa consistente suerte mía cuando se trata de recuperar las cosas perdidas o extraviadas. Me dije: la encontraré.

Por la noche hice la consabida denuncia en la Comisaría y, también, un anuncio de robo en la web que resultó una tarea más ágil y puede que más eficaz que los resultados que son capaces de obtener los pocos policías impotentes para atrapar a tantos ladrones.

Así que, para ayudar a mi suerte en sus trabajos, me dispongo a merodear esta tarde por la ciudad hasta dar con mi querida máquina.

Mientras..............aquí hay buenos consejos para hacer más difícil que nos quiten nuestra querida bici.

lunes, 26 de julio de 2010

Extremadura

Hace unos días eché mano de mi mapa Michelin uno un millón de Espanha-Portugal para trazar las rutas posibles de un viaje. Al menos dos alternativas que ofrecer a mi hija Carmen que con su chico, Manu, se irán en unos días desde Madrid camino del oeste hasta el océano al que siempre está mirando Portugal.


Ese viaje de los chicos me gusta por varios motivos: porque son una pareja joven y feliz que viaja por su cuenta, porque han elegido por destino ese país de cara y sentimiento que tanto me emociona y porque van en un Golf antiguo que es la segunda mejor manera de recorrer la península, después de ir caminando, claro está.

Pero con todo, lo que me empuja a escribir, a buscar fotos y a entrecerrar los ojos es que recorrerán Extremadura. La costa de Aveiro es un buen destino, pero esa región española inmensa es el ingrediente principal del viaje.

Tan hermosa que cuesta elegir una sola ruta. Yo he probado a hacerlo hoy con dos entre tantas: la que entrando desde Ávila por el puerto de Tornavacas desciende atravesando a trechos el río Jerte hasta Plasencia, la vieja ciudad de noches silenciosas y milenarias. Bordear luego el pantano buscando las laderas secas de Las Hurdes y la Sierra de Gata para perseguir el final de cualquier día en la quietud de Penamacor ya en Portugal.

La otra ruta transcurre por la ladera sur de Gredos, por la Vera, hasta llegar a Malpartida y el hundido verde del Tajo en Monfragüe. Luego el calor intenso de los Baldíos hasta alcanzar la atalaya portuguesa de Marvao.

Qué difícil elegir! Días largos de pisar la tierra entre los restos de las cosechas, de contemplar los ríos interminables y respirar el aire caliente a la sombra naranja del descanso de los alcornoques

domingo, 25 de julio de 2010

ALSA

Esta compañía española de autobuses se relaja en la ausencia de competencia. Los tres principales condiciones para un viaje en autobús no son para ALSA una ocasión para conquistarte sino una forma de causar perjuicios gratuítos a sus pasajeros. Así que viajar de Santander a Barcelona solo puede hacerse con ellos y resulta caro, lento e incómodo.

El billete cuesta 50 euros y la duración del viaje alcanza casi las 10 horas de las que hasta tres las invierte en recorrer los 170 km. que hay desde el origen a tomar la A-68 a la altura de Miranda de Ebro.
Con mucho lo peor es la INcomodidad del trayecto que sale de Santander a las 21 horas. En cada parada en medio de la noche se encienden todas las luces interiores y el conductor anuncia por megafonía la estación a pesar de las evidenias; en lugar de un alto a horas razonables para tomar algo de cena y estirar las piernas la parada se produce a las tres de la madrugada en la cochambrosa área de servicio de Alfajarin, en las cercanías de Zaragoza. Las puertas permanecen abiertas aunque parte del pasaje duerma y la noche sea fría. Los equipajes no están bien controlados y no hay medidas para que nadie salvo tú pueda retirar sus pertenencias de la bodega. Y así una y otra vez cada día.

Solo si los usuarios nos quejamos hasta hacernos oír podrá mejorar esta situación.

viernes, 23 de julio de 2010

Portbou - La Escala

Tan solo he podido tomar algunas notas sobre la primera gran etapa de “península” en los bordes de mis tres hojas impresas con la ruta a seguir. Dos o tres palabras si acaso para clavar con un alfiler en mi memoria algún pequeño suceso, un nombre o un dato con los que hilar una mínima crónica en otro momento.

Más tarde he pensado que hacer una descripción del itinerario estrictamente caminante podrá interesar a los aficionados pero se hará algo pedregosa para quienes tienen otras aficiones. Así que, bien pensado, usaré las notas para añadir información a las guías mediante una página web aparte y en este blog dejaré colgadas imágenes de la travesía como estas que siguen, envueltas en la música de Bruce Springsteen.

jueves, 22 de julio de 2010

Timos


Hay quien incluye en sus presupuestos de viaje una partida de dinero que sabe que irremediablemente va a perder, bien sea por engaños, por robos o por errores. Así lo hace el escritor Javier Reverte y relata en su libro “Los caminos perdidos de África” como nada más llegar a Etiopía tuvo que echar mano del monedero de los timos previsibles.

No había pensado nunca en atender un gasto como ese, pero si que he dedicado un rato a hacer memoria de los timos que he sufrido en mi viaje a India que han sido tres en sesenta días. Al menos de los que yo me he dado cuenta. No está mal.

El primero de ellos fue tempranero: en mi primer día de viaje, en Nueva Delhi. Caminando por los mercados que llenan los alrededores de Connaught Place recibí un aluvión de llamadas de multitud de limpiabotas que se ofrecían a limpiar mis zapatos mientras yo seguía absorto en mis propios pasos de vagabundeo sin prestarles atención alguna. Uno de ellos, más insistente que los otros, llamó mi atención al punto de aceptar sus servicios y su oferta de 15 rupias por una limpieza completa (unos 30 céntimos de euro). Tomó con determinación mis zapatos, sacó los cordones y de un vistazo diagnosticó el mal estado de las suelas. Se ofreció a repararlas y a pesar de que era evidente que el presupuesto de limpieza se iba a ver engordado le dejé hacer confiado en que no llegaría a mucho. Habilidoso con la cuchilla y el pegamento, tanto como para apoderarse del dinero de los viajeros, me pidió 270 rupias por los 10 minutos que dedicó a mis zapatos. Este es un precio muy común en las tiendas de zapatos por adquirir un par nuevo.

El segundo timo no llegó a hacerme sentir tan idiota como el anterior y, al menos en parte, pude reaccionar y salvar algunos los desperfectos que traen consigo los engaños. Sucedió en Gujarat al llegar a Ahmedabad procedente de Bhuj , en un autobús de los que llevan literas. A pesar de que estudiaba con antelación los planos de las ciudades a las que iba a llegar, para que no resultaran tan torpes mis primeros pasos en ellas, no era posible adivinar en donde tendría a bien parar el autobús. Al ser de los privados no entraban en las estaciones de autobuses y elegían a su conveniencia el apeadero de sus pasajeros. En el aturdimiento de la primera hora de la mañana descendí del autobús aquel día entre el griterío de los rickshaw motorizados que a toda costa querían hacerme su pasajero. De entre todos elegí el que me pareció de mejor semblante y el único que acepto mi oferta, de escaso montante, para llevarme hasta la estación de tren. En pocos minutos y antes de que hubiera conseguido orientarme se detuvo ante una estación y extendió su mano para recibir lo prometido. Me enfadé mucho por la evidencia de que aquella estación era un apeadero urbano que, a todas luces, no podía ser el destino de un viajero extranjero. Aquel hombre se ofreció aparentando gran sorpresa, en medio de la indignación del momento y mi amago de bajarme sin pagarle, a llevarme a la estación, la verdadera e inmensa Ahmedabad Junction Rail Way Station, al otro lado del río Sabarmati. Eso si, la carrera pasó a costar el doble de los pactado en las escaleras del autobús.

El último timo ya no fue en solitario y hay que ver lo que consuela saber que la idiotez no es exclusiva de uno. Nuria y yo descendimos de un autobús en muy parecidas circunstancias a las descritas en Ahmedabad, pero esta vez en Jaipur, la capital de Rajastan. Para prevenir los desastres matinales nos tomamos nuestro tiempo, sentados en un zaguán, para recuperar la orientación suficiente y ponernos en movimiento con algo de soltura. Con la dirección escrita en un papel de la calle en la que estaba uno de nuestros hoteles seleccionados intentamos contratar a un par de candidatos conductores de rickshaw de pedales sin que ninguno de ellos supiera el paradero de la calle o bien acertaran a leer lo que aparecía en nuestra nota. Al final, se acercó un hombre mayor que leyó con cuidado la tarjeta y aceptó el precio que ofrecíamos sin rechistar. Se elevó frágil y erguido sobre los pedales y nos puso en marcha lentamente. A unos treinta metros dobló a la izquierda y nuevamente a la derecha pasados unos cincuenta metros más. Se detuvo entonces. Sin duda aquella era la calle y aquél letrero que señalaba con la mano era nuestro hotel. No habíamos recorrido ni tan siquiera cien metros. Verdaderamente aquí no hubo nada de engaño y si todo de la torpeza del forastero.


sábado, 10 de julio de 2010

Península

A las 7 de la tarde la sombra que proyecta mi cuerpo sobre el suelo empieza a alargarse. Las ocupaciones de la cabeza, hasta entonces mínimas, se estiran como la sombra sabiendo que tan solo quedan dos horas de luz y, como mucho, una postrera de penumbra.


Vengo caminando desde Portbou y en ese momento, superando el Puig de l'Oratori que domina desde lo alto el Puerto de la Selva, me quedan poco más de ocho kilómetros de camino hasta Cadaqués. Esta es ahora mi ruta y los confines de mi sombra es el plazo para recorrerla. La inmensidad del Cabo de Creus parece tan solitaria como yo mismo.

He atravesado nuestro país desde pequeño en los viajes que cada verano nos llevaban a mi familia desde el Norte de África hasta los valles altos de Asturias. Tanto territorio me pareció entonces tan variado y sorprendente como inabarcable a la medida de cualquiera. Hasta mi padre, que lo conocía todo tan bien, acreditaba que su mirada al paisaje lo fue casi siempre tras una ventanilla.

Desee conocer esta geografía tan cercana. Fui pensando con el tiempo que recorrer por mis medios tanto espacio no podía ser materia de un proyecto, con sus prudentes y calculadas medidas; si acaso, materia para un sueño. Un sueño sin medida que es como deben ser los sueños. Y que no había otra forma de sentir la península ibérica que recorriéndola a pie. Pensaba: Un día bajaré de un tren en la estación de Portbou y echaré a andar la costa hacia el sur hasta que la península termine frente a la Isla de los Faisanes en el río Bidasoa.

Así se llama este sueño: Península. No se cuan largo es pero pasará de los cinco mil kilómetros y tampoco eche cuentas de cuantas jornadas de travesía llevará ir completándolo, pero seguro que más de doscientas.

Hay días. Hay tiempo.

jueves, 1 de julio de 2010

Caminantes

Supongamos un viaje en avión a un lugar lejano. Por ejemplo a India. Te pasas el vuelo mirando una pequeña pantalla que tienes a un palmo de tus ojos en el respaldo del asiento de delante. La figura de un avioncito, y su trazo sobre un mapa como si fuera su estela, te va informando de que sobrevuelas Rumanía rumbo al Mar Negro; más tarde, la línea roja roza el norte de Irán hasta adentrarse en el dibujo azulado de Afganistán, mientras no dejas de pensar en las refriegas que se suceden a treinta mil pies más abajo. Al llegar a Paquistán la escala del mapa se amplia para aproximarse al destino. La verdad es que viajando así hay poca diferencia con pasar el dedo por la superficie de un globo terráqueo con luz de los que iluminan el atardecer de las habitaciones de los críos. Un largo recorrido para un corto viaje.


Por el contrario, si te echas a caminar cualquier día de buena mañana sin tomar exacta cuenta de las distancias, si das cobijo en tu mochila a lo imprescindible y no pierdes ligereza para subir y bajar senderos y si, en fin, caminas constante dejando que sean tus sentidos quienes vayan abriendo la marcha, entonces sí que haces un largo viaje aunque el mapa diga que el recorrido es corto.

El sábado salimos a pié de Palamós, en la zona más abrupta de la Costa Brava gerundense, rumbo a Bagur que está a unos 25 kilómetros al norte. En nuestro equipaje tan solo una tienda ligera, nuestros sacos, un refrigerio y agua.  


Ocho horas después, las mismas que hay en avión de Zúrich a Delhi, montamos nuestra tienda en un rincón de arena entre las rocas en un borde de la rada de Tamariu, a casi veinte kilómetros de la partida. Antes de dormirme repasé el camino recorrido, guardé en orden los olores, me aseguré de que quedaban en su sitio las imágenes y, en ese último momento del día, me acordé de mi amigo Juan González.

Juan me enseñó a diferenciar las cañadas de los cordeles y las veredas como haría cualquier pastor de la trashumancia. Me nombró las muchas palabras con las que se da nombre a los caminos de tránsito ganadero, como traviesas, azagadores, galianas, carredadas, ramales y algunas otras.

Con días así es como se va haciendo un caminante.

viernes, 25 de junio de 2010

Camino a Nueva York dos

He llegado hace unas pocas horas desde Madrid al aeropuerto del Prat, en Barcelona, y justo a esa hora de la noche de San Juan y a bien pocos kilómetros los jóvenes se abalanzaban en busca de las hogueras en la playa. Era aún la madrugada cuando la noche más corta del año se llenó de la tristeza que sigue a los accidentes. Es este verano corto de Europa que incita a apurarlo desde la primera hora. Sea pues el sol quien se cuele por entre nuestros días hasta que la oscuridad y la lluvia vuelvan de su breve asueto.

Los días de familia me sientan bien. Me empeño en cocinar para muchos, visito de nuevo los viejos álbumes familiares, converso largo y tendido con la matriarca, me ocupo de los pequeños arreglos que parecen estar esperándome y desmenuzo como siempre las horas de los días distintos.

El contraste de la agitación de la gente menuda y la calma de mi madre me recolocan con facilidad en esa mitad del viaje en la que me encuentro. Así que, muy oportuno, sonrío hoy al leer a los sesudos pensadores sobre la conveniencia de preparar la jubilación con tiempo para que nada nos sorprenda en exceso.

Carlos Lucas, el actor invisible, protagoniza un documental sobre su vida que dirigido por Santiago Aguilar se estrena estos días en España. La película se llama "De Reparto" . Lucas me llamó la atención hace años en su papel del almohadillero Sansoncito en "Justino, un asesino de la tercera edad" No fui capaz de atender entonces a la trastienda del personaje que escondía a un actor tan humilde como este, criado entre músicos de zarzuela modestos e itinerantes, trabajador en un escalón tan infimo de la interpretación que sus papeles no llegaban a secundarios siquiera.

lunes, 14 de junio de 2010

Camino a Nueva York

En Mongat, al inicio de la comarca del Maresme, el mar se llevó hace tiempo la playa y ya solo quedan jirones de arena sobre las rocas de la escollera. Ahora, la playa naiara es tan solo un rincón mínimo para tomar el sol del domingo.

Pensando allí tendido sobre que noticias enviar a Nueva York para María recordé las travesías a pie por el campo y como si se recogiera alguna piedra aquí y allá en el camino podría mostrarse a la llegada el terreno que se ha recorrido. Estos cuatro asuntos que siguen son mis muestras para ella.

Un periodista nortemericano, Phil Benett, ha visitado estas semanas España para trazar una explicación sobre la crisis económica que pueda acercar a sus alumnos de la Universidad de Duke a una comprensión de nuestros problemas actuales. Sus impresiones han aparecido en un artículo en El País que merece la pena ser leído. No es excesivamente pesimista y contiene algunas observaciones que me han gustado, como son la puesta en valor de la educación y el reconocimiento de la buena formación de los jóvenes.

En Barcelona, y en otras partes, hay un debate abierto sobre el pudor y los límites del comportamiento decoroso en público. Esta es una preoupación estacional que aparece al mismo tiempo que los turistas y el verano se encuentran en las calles de esta ciudad. La ventaja es que todos tienen ideas sobre este asunto y, como sucede cuando un grupo pide café en un bar, es difícil que dos personas opinen lo mismo.

Por el contrario no hay dudas de que el agujero que ha dejado en el fondo del Golfo de Mexico la hundida plataforma Deepwater Horizon de la BP es un desastre que se acrecienta día a día, mientras no se conoce cuando podrá detenerse el vertido de petroleo y gas, escondidos a más de 10.000 metros de profundidad. Todos nuestros temores cuando la amenaza atañe a la energía nuclear se difuminan cuando es el padre de la gasolina quien se derrama. Así que resulta muy oportuno el título de este artículo: El Chernobil de la industria petrolera?

María tiene interés desde siempre por la moda y el diseño textil y justo en estos días hay una  exposición que se exhibe en Barcelona sobre Mariano Fortuny  y su polifacética produción artística. Fortuny nació en Granada en 1871 y murió en Venecia en 1949. Hijo de Mariano Fortuny Marsal, el pintor del XIX,  y de Cecilia Madrazo se instaló en Venecia a partir de 1888. Es esta ciudad italiana hay un Museo con su nombre en el que se reunen gran parte de sus creaciones. La exposición va a permitir que se conozca mejor a este gran creador en terrenos tan diversos como la pintura, el grabado, la escenografía, la luminotecnia, la fotografía, el diseño textil y la moda.


jueves, 10 de junio de 2010

María y Ángel


A pesar de la fascinación que nos causan los ritos éstos van desapareciendo en occidente como si fueran la carbonilla de un pasado tren de vapor. No sucede así en India. Hace unos días, apostados a orillas del Ganges para vivir el amanecer fuimos invitados por una familia a la ceremonia del primer corte de pelo de un varón.

Recuerdo esto porque desde el domingo mi hija mayor está viviendo en Nueva York. Se ha ido sin ceremonia alguna, con la facilidad con la que se sube uno a un avión y vuela hacia el oeste. Mucho antes, de eso hace casi  un siglo, mi abuelo Ángel tomó un barco para atravesar el Atlántico en la misma dirección.

Estos dos Tuestas emprendieron viaje a Estados Unidos con propósitos muy semejantes: para formarse profesionalmente. Mi abuelo para adquirir el conocimiento de lengua inglesa que le era necesario para ser Cónsul y su biznieta, mi hija, para ampliar su experiencia durante su formación como Radióloga.

María tiene ante si un desafío en varias direcciones: en el hospital, en la ciencia, en el idioma, en la sociedad y, también, en su propio camino. Y todo eso a tres mil cuatrocientas millas de distancia de Madrid. Yo admiro mucho a esta hija que sabe tan bien valerse.

Así que aún bajo la influencia controlada de India y en la búsqueda de un ritual inexistente para estos casos he dado en pensar en cocinar una crónica para María. Un viento de palabras sobre lo que pasa en España en su ausencia como si fuera un tren correo semanal que porta noticias en sus sacas. Para ella y, también, para cualquiera de nuestros jóvenes valerosos que se abren camino lejos de casa.