Me gusta hacer cuentas cuando conduzco, especialmente si estoy solo. Es un pasatiempos que, sin duda, prefiero a la radio porque me distrae y me concentra a un tiempo. Me refiero a conducir en coche. En moto no se me ocurre hacer tal cosa.
Es probable que esta costumbre la haya importado de mi padre que, por distraernos mientras conducía, te hacia preguntas, casi todas ellas embarazosas. Preguntas del tipo: Como se llama esta comarca que atravesamos luego de dejar la tierra del vino atrás? o Por que crees tu que este puerto se llama Cañaveral? El caso es que te tenia la cabeza ocupada bien buscando la respuesta si la sabias o bien escuchando las abundantes y precisas explicaciones que seguían a mi prolongado y confeso silencio.
Así que hago cuentas.
Cuentas de cuantos olivos puede haber por cada kilómetro subiendo desde Ubeda a Linares o sobre cuantos camiones llegare a adelantar entre Lérida y Cervera.
En medio de la confusión que se genera en las ciudades en India en la ultima hora de sol del día, entre las 6 y las 7, he tomado la costumbre de sentarme en cualquier parte que me permita contemplar el gentío y en como cada uno remata su jornada yendo de un lugar para otro, transportando los mas variados enseres o ultimando sus compras. Y contemplando allí quieto a la gente, como si fuera el acompañante silencioso del conductor invisible de la tarde, hago cuentas.
Echo números de cuantas personas han podido compartir unos instantes del día conmigo, cuantas pasan delante de mis narices cada minuto y cuantas a lo largo de todos estos días.
Es posible que entre las multitudes haya visto desde principios de abril tantas personas en India como en mi propio país en el transcurso de las décadas que lleva cobijandome.
El encuentro, por muy breve y ligero que sea, con decenas de miles de seres humanos conmociona.