Burlando los tramos de peaje de
la AP 7 llevamos unos años tomando el desvío de Torreblanca para ir de Cataluña hasta
Valencia. Solo en este último año, con un peaje liberado desde enero, hemos
pasado muy cerca de la ciudad de Castellón y el sorprendente cartel que indica:
Desierto de las Palmas. ¿Un desierto aquí, en la apacible costa mediterránea, rodeado de naranjos y huertos?
Son poco más de tres
mil hectáreas de arbustos y monte bajo, con abundantes palmas, con escaso
arbolado y tejido de caminos de todas las dificultades y distancias. Un
comienzo de abril cálido, aunque con el bullicio moderado de las vacaciones de
Semana Santa, ambientaron los tres días que pasamos en este Parque a 300 km de
Barcelona.
Es un territorio preservado y en
proceso de regeneración de los bosques victimas del gran
incendio de 1985. Prosperan, 35 años después, el alcornoque, la carrasca,
el madroño, el enebro y los pinos rodeno y carrasco. La fauna está compuesta de
mamíferos como el jabalí y la ardilla, pequeños reptiles y culebras, siendo la
avifauna la más rica: águila perdicera, mochuelo y búho.
Hay muchos itinerarios de senderismo, hasta once de todas clases, aunque algunos tienen dificultades de orientación. Nosotros hicimos tres: el que permite ascender al castillo de Miravet, el que lleva a las Agulles de Santa Águeda por su fachada oeste y el más asequible, largo y concurrido, de las Fuentes del Desierto.
Hay un buen aparcamiento en el Mirador
de San José, sobre las ruinas del antiguo convento, aunque es ruidoso en la
mañana. En el camino de las fuentes hay un lugar perfecto bajo un gran pino al
que se accede por una pista transitable desde la carretera CV-147. Por último,
la pequeña carretera que desciende al norte, hacia Cabanes, tiene muchos lugares
tranquilos para pernoctar.
El aprovisionamiento de alimentos
y combustible se pueden obtener con facilidad en Benicasim, que está tan solo a
9 km.