lunes, 8 de julio de 2019

Fuego. El núcleo de un desastre

No hay humanidad posible en este lugar. Un camino largo entre los pinos quemados que aún se tienen en pie.


El fuego se arrastró por esta vía en octubre de 2017. 

He caminado por el centro del desastre, por distintos y rectos tramos siempre en dirección al norte; al parecer en la misma dirección en que soplaba el viento caliente en aquellos días.

En ningún momento dejé de ver árboles negros a mi paso y así durante más de 25 kilómetros.

Aquí solo ha sobrevivido el sonido del viento que siempre es nuevo y no se agarra a la tierra. El resto no existe No existe vida alguna visible. No hay pájaros ni insectos. Apenas unas pocas matas y, milagrosamente, en un trecho de no más de 10 metros unos pocos cercos de flores que no se como habrán sido polinizadas.



Sin duda los árboles están vivos tras la corteza ennegrecida, lisa y hasta parece que caliente. De otro modo ya se habrían abatido como los millares que ya no están en esta tierra calcinada. La brea de la calzada ha desaparecido y las piedras han quedado maltrechas y desordenadas. Podría decirse que con un enorme susto en su alma granítica.


El temor al fuego y sus estragos es atávico en el hombre, un miedo tan remoto como presente, y no es extraño a la vista de la destrucción profunda y duradera que ocasiona. 

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