Mas allá de la postal de Siem Riep, en cuanto terminan los
muros de piedra, está lleno de campesinos, árboles y agua. Los habitantes que
siempre han estado allí.
Campesinos viviendo junto al templo de Angkor en 1907 |
Me he pasado cinco días de un lado para otro buscando momentos
en los que llegar a convertirme en invisible. Quedarme quieto mirando alrededor
que es, sin duda, cuando más se ve.
El mapa ha desaparecido pronto de mi bolsa. Seguir el río
hacia el norte, unos días, y otros hacia el sur ha sido un rumbo cotidiano bien
simple de seguir. Eso y madrugar. Pedalear
in-desayunado antes de que el ruido y la luz se apoderen de todo.
De esa manera, casi a oscuras, se viaja vigilante como un
animal menor. Si poco antes del amanecer oyes un leve ruido que se acerca a tu
espalda, es probable que sea un grupo de campesinas que ruedan juntas en
silencio camino de la faena del día. Si lo que oyes es un sonido mecánico y rítmico
en la cercanía de un puente será una cansina noria que no consigue descansar
nunca. Igual que una música que brota de la nada es probable que anuncie una
boda para ese día.
Hasta tú mismo terminas por escuchar los leves crujidos de
tus pensamientos, mientras la espesura de la jungla parece que va a engullirlo
todo en cualquier momento.
En una de esas rutas de las mañanas he pasado un buen rato
añadido como un mirón al juego de cometas de unos chicos. Cometas simples de
plástico trasparente y cañas. De un solo hilo, pero ágiles y voladoras.
Otro día he sido invitado a un paseo en barca por la niña
del hielo: Una pequeña de no más de 7 años que cuando no tiene otro medio
circula por su pueblo flotante en un balde de cinc y cuando el repartidor del
hielo le deja lleva bloques en la barca hasta los vecinos.
También he ayudado a una escolar a desembarcar su bicicleta
para hacer el último tramo del viaje más allá del agua o me he sentado en
silencio a escuchar a los niños de la escuela empezar el día cantando.
Campesinos, árboles y agua. Puede no parecerlo pero es
seguro, este sitio es Siem Riep.
.