lunes, 2 de octubre de 2023

Baler

  


 Hace 20 días no sabia en donde estaría ahora. Pendiente de unos resultados médicos, a diez mil kilómetros de distancia, me deslizaba por el viaje a Vietnam sin tan siquiera un billete de avión de vuelta, ni tampoco una ampliación de la estancia en Asía. Vivía la incertidumbre aunque sin agobio.

   La llegada de los resultados me cogió desnudó. Solo llevaba puesto el propósito de ir a Filipinas si se podía y nada más. Ni billetes de avión, sin un mínimo plan de viaje, ni reserva alguna de alojamiento y sin el imprescindible billete de salida y vuelta a casa.

   Entonces tuve que componer este viaje sobre la marcha. Saqué mis billetes de avión, extendí la cobertura temporal de mi seguro de viaje y reservé los primeros días de alojamiento en Manila. También eché mano de algunas lecturas previas, de un interesante recorrido de Ramón Vilaró en su relato periodístico “Mabuhay. Bienvenidos a Filipinas” y pocas referencias más. Si acaso, no incorporar las islas menores por los largos desplazamientos y mi desinterés creciente por la vida playera. Me centraría en Luzón.

   Pero lo que lleva más tiempo, trazar un mínimo plan de viaje no lo tenía. Qué raro para alguien tan minucioso o como dicen en Argentina, “proliijto ”. Con esos mimbres armé con urgencia el itinerario: 6 objetivos para 26 días. Manila, Baler, Baguio, Benaue, Sagada y Vigan. Los temas que me planteé fueron tres: la huella de la presencia de los españoles en Filipinas, la vida rural y los empeños de los constructores de arrozales en terraza y, por último, la inspiración del fotógrafo Masferré y sus imágenes de los pueblos indígenas de la Cordillera.

   Salí de Manila y de su caos de los primeros días que, prácticamente, los pasé refugiado en Intramuros, el recinto histórico amurallado con tráfico restringido y en la biblioteca del lnstituto Cervantes.

   Un autobús nocturno me trajo a Baler, la primera parada del viaje por Luzón.
Baler es conocida en estos tiempos por los tifones que la azotan con inclemencia en su costa llana y abierta al Océano Pacífico. En otros tiempos fue el pueblo donde tuvo lugar la resistencia, al únoco amparo de una iglesia, de los “Últimos de Filipinas”

   También llamados “los héroes de Baler” resistieron un asedio de guerrilleros indígenas prácticamente durante un año en 1899. Se da la circunstancia de que la guerra insurgente contra las tropas españoles había terminado un año antes y mediante el Tratado de Paris España vendió simbólicamente a los Estados Unidos el archipielago por unos pocos millones de dólares. En el paquete se incluían Guam y Puerto Rico.


   Aquella resistencia numantina e inútil de un puñado de soldados ha permanecido en el recuerdo más aquí, en Baler, que en España, en donde la gente más joven desconoce esta historia. No así en esta pequeña ciudad que tiene un interesante Museo casi por completo dedicado a aquel episodio y que celebra cada año una fiesta de hermandad de los contendientes.


   Años atrás se rememoró la resistencia y sus padecimientos en una película de 1945 de cierto éxito, especialmente por la canción compuesta ex profeso para la cinta “Yo te diré”. También más recientemente, en 2016, se filmó una nueva película con un distinto enfoque: “1898. Los útimos de Filipinas” que tuvo apenas trescientos mil espectadores.

   Mis días aquí han sido provechosos y no solo en lo que a rememorar aquellos sucesos se refiere. He superado una amenaza que sobrevuela al viajero de mochila y es reservar con poco tino un alojamiento inaceptable, por debajo de mis umbrales de confort, ya de por sí bajos. Las carencias del lugar, empezando por no disponer de agua corriente, eran descritas sin vergüenza por la propiedad como “el típico campamento filipino”

   También he sacado jugo al alquiler de una scooter, que me ha permitido desenvolverme por los alrededores y empezar a entender algo la manera de vivir de estas gentes de la provincia costera de Aurora. Singularmente en domingo muchas familias alquilan una palapa en la playa y pasan el día compartiendo los guisos y bebidas que han traído de casa. En mi recorrido, me acerqué algo hambriento a un puesto en el que vi viandas y que interpreté como de comida de calle. Allí que me senté y comí frugalmente. A la hora de ir a pagar, ante su negativa a aceptar ningún dinero, comprendí que me había auto invitado a la comida dominical de una familia.


   Por lo demás el viaje se ha ido asentando. Sucede esto cuando te empiezas a adaptar, desenvolviéndote en las rutinas diarias que te dan tanto amparo: los horarios de los filipinos para las comidas y para aprovisionarse en el mercado, las costumbres en la caída del sol y, con ella, la recuperación de una temperatura más humana.

Ya tengo más confianza en esta aventura, en gran medida improvisada, y encaro los días que me esperan en la Cordillera con algunos imprescindibles conocimientos de los transportes y sus usos, el modo de vida de la población, el manejo del peso filipino, los alimentos disponibles y cosas así.






sábado, 23 de septiembre de 2023

Cordillera

  En Banaue las laderas son tan empinadas que más parece que te descuelgas cuando las bajas.

Me ha costado encontrar un lugar del que no se hubiera apoderado el turismo y sus imprescindibles asociados: transporte, guías, recuerdos, etc.

   Mi pequeña exploración se ha desenvuelto en Tan-An y sus arrozales. Hay que ponerse en manos de Maps.Me porque no hay carretera para llegar allí. El trazo punteado no es más que una sucesión de escaleras de cemento con peldaños desiguales y tan empinadas que no serían practicables si no fuera por las barandillas.

   He buscado con denuedo un palo que compensará mis desequilibrios y me protegiera en el descenso. Tan-An es un poblado de unas treinta casas que no parece haber variado de tamaño en las décadas pasadas.

   No queda a la vista ni un solo techo de paja de nypa, lo que me hace pensar que las labores constantes de reparación y mantenimiento no resistieron los nuevos tiempos de la económica y duradera chapa ondulada. Otro tanto se puede decir de las maderas locales con las que estaban hechas las chozas y de las que apenas quedan unos paños. En lo fundamental las casitas están reconstruidas a base de cemento y algunos paneles de fibras.

   Más allá de las decenas de casas desordenadas están los campos de arroz y todas sus redes de canales para anegar las terrazas. Son parcelas pequeñas y las lindes sirven de estrecha senda por la que seguir el camino. No se en qué fase está ahora el cultivo pero las figuras que de lejos identifiqué como espanta pájaros resultaron ser de cerca una madre y dos hijos recogiendo espigas sueltas entre las hierbas secas de la cosecha.


   Mis intenciones de hoy eran las de completar un circuito cerrado, pero caminar entre arrozales es muy lento, por lo que advertí con tiempo que sería difícil terminar la ruta, di la vuelta y  volví al poblado.

   Me aventuré por un extremo del núcleo que no tenía salida y fui a dar con varios grupos familiares a la hora de comer. Se sorprendieron limitadamente al verme llegar pero detuve mis pasos de visitante curioso e inesperado y los cambié por los de alguien que viene a quedarse un rato.

   Busqué asiento en uno de esas incómodas tablas arrimadas a una pared que no levantan un palmo del sueldo.

   Estando más a tiro se animaron a hacerme las preguntas que se hacen al forastero: que de dónde vienes, que donde me hospedó, qué me parece Filipinas.

   El grupo era numeroso y por ser sábado sin escuela había abundancia de niños y también varias madres. Serían 12 personas, probablemente emparentadas, en un rincón callejero no más grande que un dormitorio. Más alejado, semi ocultos detrás de un horreo, había otro grupo de hombres que bebía alcohol. Y todo los que pasaron por delante de mí de un lugar a otro mascaban moma, que es como llaman aquí al betel.


   Era poco más tarde de las 12 y todos comían. Entraban en una casita en donde supongo que estaban las ollas y salían con un cubierto en la mano y un plato con arroz y trozos de pollo. Quisieron saber si querría comer con ellos y conseguí que me pusieran rice sin nada más con el truco de decir que soy vegetariano.

   Agradecí la invitación y comí con buena cara y ritmo mi ración de arroz. Al terminar hice lo que ya había visto: Agacharme junto a la boca de una manguera y lavar con una mano el plato y la cuchara.

En la sobremesa traté de conquistar a algunos niños pequeños con el truco de la moneda que desaparece en la mano y reaparece en la oreja de cualquiera. No hubo manera. Recelaban de mi y o bien pasaban por delante sin hacerme caso o retrocedían con desconfianza.

Pasé un buen rato allí hasta que no solo se agotaron las preguntas sino casi todas las miradas. Sonreía, me movía muy lentamente y trataba de sentirme un poco como uno de mis anfitriones, pero no conseguía otra cosa que poner mi pensamiento en especulaciones sin sentido: cómo podía haber tantas madres tan jóvenes, cuál sería el parentesco, como podía un niño de diez años mascar moma. Cosas así. Me era imposible sacar de sus miradas algo más que los gestos propios de la cortesía.

Me levanté despacio, cogí mi palo, di las gracias y salí lentamente de aquel rincón suficientemente inspirado como para escribir estas líneas.




sábado, 17 de junio de 2023

jueves, 20 de abril de 2023

jueves, 1 de diciembre de 2022

Península XX versión Luka. De Moraira a Cabo de Palos

Serranía de Cuenca otoño del 22


El octubre hice un largo viaje de exploración por la Serranía de Cuenca en busca de conocimiento, información y contactos de  la trashumancia, que cada año se realiza con los rebaños de ovejas desde allí a los pastos de Mestanza, en la falda norte de Sierra Morena.

Finalmente los hermanos Cardo que salen cada 1 de noviembre con sus 1.500 ovejas hacia el sur aceptaron llevarle en la trashumancia de 2023. 23 jornadas y casi 400 km.


La ruta de exploración por la Serranía 2022

Trashumancia de los Cardo

Detalle de la ruta (aproximación)




martes, 22 de noviembre de 2022

Península XX. La travesía final. De Moraira al Cabo de Palos


Esta ha sido la travesía final del largo proyecto de Península con el que estoy ocupado desde 2009 y, además, he vuelto a la bici con la intención de sortear con ligereza este último tramo que tiene unas condiciones de tráfico infernales.

Para mejorar aún más el panorama he pedaleado acompañado. Con mi amigo de la época de la universidad José Ramón Negueruela, con el que coincidí en la travesía de este año en el Canal de Castilla y al que nada más proponerle este viaje acepto sin condiciones.

Ha sido José Ramón un compañero inmejorable en toda la travesía, que para él era la primera, y también para mí era una completa novedad su compañía porque siempre he pedaleado solo.
A él le debo la búsqueda en vivo de los mejores caminos para evitarnos el asfalto y el tráfico. Y también hemos compartido la calma y lel buen ánimo en cualquier circunstancia. 



Tan solo han sido tres jornadas que no alcanzaron los 300 kilómetros pero que hemos disfrutado en todas sus vicisitudes: los caminos, las cuestas que se me atragantan, los breves ratos de descanso y los más largos de reponer fuerzas, la acampada nocturna de Torrevieja y los encuentros inesperados con la población de la zona.








Mapa completo de las travesías de Península


Para ver el vídeo de la travesía picar en el siguiente enlace de este blog

https://400dias.blogspot.com/2022/12/peninsula-xx-version-luka-de-moraira.html






jueves, 7 de julio de 2022

martes, 26 de abril de 2022

¿Tiempo perdido?

Entrenar en bicicleta para poder afrontar la próxima travesía en mínimas condiciones es bastante aburrido. El camino se repite con ligeras variantes porque me mantengo en carriles bici lejos de los coches y no hay mucho en dónde elegir. Ni tan mal, que puedo hacer casi 30 km. desde casa sin preocuparme. Entre la ida y la vuelta, claro.

Para incentivarme, alguna vez voy directo hasta un bar con terraza regentado por un chino joven y simpático que prepara el segundo desayuno del día con un pequeño bocata de tortilla francesa hecha sobre la marcha y un café.

Hoy ya hemos empezado a asomar del agujero del largo invierno, con un sol radiante y una animación de gente creciente en la calle; tanto, que no había mesa libre en la terraza. Casi todas estaban ocupadas por estudiantes de la Escuela de Ingeniería de la UPC, ruidosos, desenfadados  y alegres. A las 11 de la mañana pudiera parecer que estaban perdiendo el tiempo. No lo creo.

Esta compañía estudiantil de la pausa china me ha hecho recordar los tiempos de la Universidad de los 70. 

En mi caso, aunque tenía "clases" en el turno de tarde, mi jornada empezaba a primera hora después de comer, con un ensayo en los locales del coro universitario, precedido por algún disputado torneo de ping-pong entre los agresivos bajos y los defensivos tenores. 

Al terminar, sobre las 5 y pico, éramos muchos los que nos mudábamos al cercano café España, territorio preferente de jubilados y funcionarios de jornada continua. Tomábamos café, charlábamos a granel y reíamos sin medida de nuestras propias ocurrencias. No había prisa alguna.


Pasamos allí muchas horas de muchos días. Más aún en los días de invierno en que el España tenía tan buena temperatura. Es posible que alguna vez sintiera el remordimiento de no zafarme de aquella entretenida compañía y marchar a mis obligaciones escolares. Aquellas clases tan útiles y divertidas.

Simpatizo con estos universitarios, nacidos en este siglo, que inundan la terraza primaveral del bar chino. Ahora, como entonces, seguramente no perdíamos el tiempo.

Islas Cies. Julio de 1977





jueves, 21 de abril de 2022

Cortijo del Fraile. Rodalquilar, Almería

Deambular con Valentina por cualquier parte nos lleva a dormir en lugares inesperados.

Poco a poco nos vamos especializando en encontrar rincones solitarios que nos aseguren el silencio y la tranquilidad en un ambiente lo más natural posible. Y cuando hay suerte, encontrar cerca una fuente.

Estos días pasados de la Semana Santa de 2022 nos han brindado tres lugares de pernocta singulares, todos ellos en Almería: La Almadraba de Monteleva, en Cabo de Gata, La cala del embarcadero, en Los Escullos y El cortijo del Fraile, en Los Albaricoques. 

El Cortijo del Fraile ya ha sido nuestro destino por tercera vez. En una ocasión fuimos allí desde Rodalquilar (unos 6 km) en bicicleta, en otra más reciente , por el mismo camino minero, a pie ida y vuelta y, por último, estos pasados días en la T4 Valentina por una pista desde Albaricoques (5 km), así que hemos podido dormir en la plena oscuridad, en el silencio y soledad completos.

La Almadraba:





Los Escullos:



Cortijo del Fraile:





Para ver el vídeo de Canal Sur Turismo:  PICAR AQUÍ



lunes, 28 de marzo de 2022

Valentina. P.R. 10. Belchite y Fuendetodos

La comarca del Campo de Belchite está entre las provincias de Zaragoza y Teruel. Encierra una serie de parajes de gran interés. Desde las zonas más esteparias hasta las de ribera cerca de la cuenca del río Aguasvivas y tiene 1.043 km2 de superficie.

Hay muchas rutas a pie en los alrededores y muchas de carácter circular. Por proponer una , merece la pena la que recorre el  tramos del río Aguasvivas entre las localidades de Almonacid de la Cuba a Belchite. Esta caminata de casi 9 km, en los que se emplea poco más de tres horas, es circular y alcanza a visitar el interesante Pozo de los Chorros.

Pero la motivación principal para una visita a la zona es el pasado de Belchite y el repaso de los acontecimientos que tuvieron lugar aquí en el verano de 1936 en un corto pero intenso enfrentamiento militar entre los dos bandos de la Guerra Civil española. 

El Ayuntamiento de la localidad organiza una visita guiada al Pueblo Viejo de Belchite que se encuentra en ruinas pero que permite rememorar los combates de aquellos días de agosto y las vicisitudes de la población civil para lograr sobrevivir. 

Hay varios horarios y aunque el precio es de 8 euros la visita es extensa y bien informada por los guías. 

El pueblo nuevo tiene también su interés. Construido tras la guerra y el abandono del pueblo viejo a partir de 1940 con el estilo característico de las regiones devastadas  dispone de todos los servicios.

Un fin de semana da tiempo para completar el viaje por la zona acercándose a Fuendetodos., a 44 km de Zaragoza y 19 de Belchite Este pueblo es conocido por ser la localidad de nacimiento de Francisco de Goya en 1746. En proceso de recuperación arquitectónica, la intervención en sus casas y calles ha conseguido un conjunto armonioso y ordenado.



El pueblo tiene el museo de la casa natal del pintor, el museo del grabado y la casa de Zuloaga, dedicada a exposiciones. Del pueblo parten multitud de senderos.

Hay buen aparcamiento para pernoctar tanto en Belchite, junto a la estrada de las ruinas, como en varios lugares discretos de Fuendetodos.


Sede de la Comarca del Campo de Belchite

c/Ronda Zaragoza s/n.50130 Belchite (Zaragoza)

976 830 186

Email: administración@campodebelchite.com












viernes, 17 de diciembre de 2021

Hogar

En este viaje por el confín sudeste de Europa he alternado para dormir algunos modestos hoteles que estaban en mi ruta con atardeceres de montar mi tienda  de campaña Vaude al final de la etapa. A veces ya de noche para extremar la discreción cuando armaba en un parque o espacio urbano.

Normalmente reviso con cuidado el espacio elegido cuando aún queda luz y regreso más tarde, ya oscurecido, con la seguridad de que me servirá el plano mental que me hecho: donde plantar la tienda y amarrar la bici, como orientar la puerta y, si hay suerte, por donde queda el punto de agua.

Me abrigo y abro mis alforjas en la aparente desventura de un ciclista que no tiene techo que lo ampare para pasar la noche. Extiendo mi lona y la tela de mi tienda sobre ella. Luego saco los palos y armo la estructura para colgar de ella mi habitación. Clavo las piquetas si el suelo lo permite y si no es así tiro los pulpos a algún agarre o, en último caso a la rueda de la bici tumbada en el suelo.

Empiezo a tirar dentro los trastos de mi equipo, siempre en orden y siempre al mismo sitio. El colchón, el saco, el aislante, la almohada, la ropa de dormir, el aseo, los apaños de cena, la bombona de gas, el infiernillo, la botella de agua y el cazo.

Cuando todo está ya dentro echo una última mirada de revisión a mi alrededor, me descalzo y me meto en la tienda. Hincho los útiles de dormir y me cambio de ropa, enviando al fondo mi sufrido atuendo de ciclista.

Armo luego el infiernillo y prendo la llama con cuidado. Echo al cazo agua para una sopa de cena o un té. Inmóvil, absorto en el fuego, mi respiración se hace más lenta, mis piernas se relajan, el ambiente se caldea y siento como la sensación de hogar me rodea.

Es un hogar diminuto, ligero, incómodo y provisional, pero tan confortable en esos momentos. Un ciclista en su hogar.

Es entonces cuando las vicisitudes de la etapa se desvanecen; los muchos kilómetros recorridos, el amenazante tráfico, los vientos en contra y las antipáticas cuestas se olvidan. El calor de mi casa de tela disuelve cualquier penuria del día.

Alumbro con la linterna el agua por si ya humea y es entonces cuando, sin prisas, anoto las distancias, el tiempo del recorrido y alguna otra cosa y me aplico en hacer una buena cena.

El explorador polar Scott, en su dramático regreso hacia el Terra Nova, anotó en su diario: ” la situación es lamentable pero, como siempre, olvidamos las duras pruebas cuando estamos reunidos en la tienda delante de una copiosa cena”

Bienestar y seguridad






sábado, 16 de octubre de 2021

Aeropuerto

 Paré en Estambul apenas unas horas antes de coger un tren hacia Bucarest en 1.999

Las ciudades grandes que no se conocen desconciertan al viajero solitario, pero aún es más impactante si esperas en la línea de equipajes del aeropuerto una caja grande de cartón con tu bicicleta desmontada dentro.


Además, son las 19:30 en Estambul a mediados de octubre

y el montaje de la bici y todo su equipo dura casi dos horas de mecánico y de entretenimiento para los mirones. Eso significa que tendré que dormir en algún rincón. 

El aeropuerto low cost de esta ciudad está a 40 km de mi alojamiento, y eso que elegí Kadicöy, en la parte asiática de la ciudad.