Aoulouz a Marraquech
Estamos en Aoulouz, a orilla del río Sous, a
casi 200 kilómetros de Marraquech y sabemos que nuestro autobús va a invertir
en el trayecto 5 horas o más, pero nada es un problema si no tienes prisa y
nuestros aviones no salen hasta mañana.
Nada más hay que hacer que disfrutar del
viaje. Nuestras
bicis tienen su sitio sobre el techo del autobús. Un excelente lugar estando
bien atadas y protegidas con nuestros cartones.
Los
asientos que he cubierto con las dos mochilas mientras ayudábamos a subir las
bicis al techo han sido ocupados por dos tipos que no parecen entender ninguna
lengua. Sé cómo hacer una buena indignación en voz alta: La mirada un punto horrorizada, la voz elevada sin exageración, gestos no violentos con las manos pero insistentes y lastimeros. Hago la actuación en
un francés horrendo y la alargo algunos minutos.
Todo el mundo sabe que solo con eso no se arregla nada. Mi hermano mira en silencio por ver cuál será el asalto definitivo. Pues bien, basta con repetir el mensaje y mostrar que podemos seguir así durante horas. Esa amenaza de persistencia horroriza por la cercanía con la chaladura. No falla. Todos empiezan a impacientarse y vuelven sus miradas a los responsables del bus y a los usurpadores, haciéndoles ver con sus gestos que los extranjeros no se van a rendir; sobre todo ese tipo alto que habla tan mal el francés.
Todo el mundo sabe que solo con eso no se arregla nada. Mi hermano mira en silencio por ver cuál será el asalto definitivo. Pues bien, basta con repetir el mensaje y mostrar que podemos seguir así durante horas. Esa amenaza de persistencia horroriza por la cercanía con la chaladura. No falla. Todos empiezan a impacientarse y vuelven sus miradas a los responsables del bus y a los usurpadores, haciéndoles ver con sus gestos que los extranjeros no se van a rendir; sobre todo ese tipo alto que habla tan mal el francés.
Recuperamos nuestro sitio con naturalidad pero humildemente y, lo que
es mejor, el completo respeto del pasaje. Al poco tiempo saco dulces y convido a los vecinos. Este es el mejor final posible para esta pequeña guerra de reconquista.
El autobús camina a ratos sin ninguna prisa. Sobre
nuestras rodadas borradas de la calzada sube este autobús lento y fiable.
Exactamente por los mismos sitios, casi tan despacio como en nuestras etapas de ida.
Solo
pensamos en comer y en mirar lo que hayamos podido pasar por alto en la subida.
Pero allí, cómodamente sentados, con buena temperatura, sin esfuerzo, nos
faltan las bicis que viajan al sol encima de nuestras cabezas.
Se acerca el final de nuestro viaje y la noche que nos espera en Marraquech será la vigilia de nuestros vuelos de mañana a Madrid y a Barcelona.
Por la mañana devolvemos las bicis y acompaño a mi hermano hasta el aeropuerto. Yo tengo aún algunas horas para preparar mi bicicleta para el viaje.