viernes, 27 de agosto de 2010

Carurú

En Bahía hay distintos festejos dirigidos a los niños (as crianças) Uno de ellos es una comilona acompañada de regalos que se llama “carurú” (oír música)


El día aquél que trazamos el sendero por la mata atlántica para alcanzar la playa desde el predio, mi casero Lázaro prometió a la chiquillería que nos recibió al llegar abajo, en la favela, que un día haría un carurú para todos ellos.

Semanas después, al despertarme una mañana, la cocina de la casa estaba en una agitación inusual con el trasiego que podría preceder a un banquete: Ollas de tamaño superior ocupando los fogones, las cuatro mujeres de la casa afanadas de un lado para otro de la estancia, alimentos y verduras desparramados por todas partes. Eran los preparativos del carurú.

Me aseguré de cual era la hora a la que debía regresar a casa para participar en la fiesta y me fui fuera a mis asuntos.

Regresé a las 3 de la tarde y la cocina continuaba con la agitación en la que debía de ser una nueva fase de preparativos y ya andaban entonces por la casa una tropa de invitados adultos que si tenían función alguna debía ser para más tarde porque vagueaban por todas partes.

Mi instinto me indicó la preferencia por una sutil imitación de las otras personas presentes pero, sin poderlo evitar y a causa de mi mal entrenamiento familiar, entré en la cocina y me solidaricé con aquél zafarrancho. Se empezaban a llenar platos de aluminio con su tapa de cartón que eran la base del banquete infantil. Una especie de plato hecho con harinas de varios colores, arroz blanco, feijoes, salsa de gambas y pollo. El problema residía en que eran cien unidades.



Llegó Flabio, nuestro hombre en la favela, y empezó a trasladar cajas de cartón rebosantes de platos hasta la furgoneta volkswagen aparcada junto a la entrada del predio. Cuando todos los platos estuvieron confeccionados se invitó a comer a los adultos presentes en la casa que habían añadido a su indolencia una intranquilidad comprensible porque eran ya las 7 de la tarde!!!

Enseguida bajamos a la entrada de la Favela Gamboa que es, como casi todas, el arranque de una escalera que se hunde en la oscuridad mientras desciende con la ladera. Con las cajas sobre la cabeza empezamos a caminar y en unos instantes estábamos rodeados por docenas de niños expectantes que jaleaban con gritos de alegría: carurú, carurú!!!

Al poco uno se me quedó mirando y dijo:

_Yo a ti te conozco. Eres el que se había perdido en la mata.

Y otro chiquillo le ayudó enseguida.

_ ¡Es Yosé! ¡Es Yosé!

Llegamos hasta el pequeño rellano que separa la casa de Flabio de las rocas y las aguas de la bahía. Norma Santana, la bailarina que vive en la casa, se ocupó de entretener a los críos con juegos y bromas como aperitivo de la fiesta. Eran unos 70, ruidosos, alegres, de culo inquieto y alguno de ellos bastante violentos. Tenían entre 4 y 10 años de edad.

Mirarles me hizo pensar en que aquí la infancia no dura nada. En que la violencia es la manera de sobrevivir en los fondos de la ciudad, en que son indudablemente pobres y felices a un tiempo y otros pensamientos solapados por el estilo. Pero poco……la alegría de la fiesta se sobreponía a cualquier cabilación. Contagiaba.

Todo funcionó bien. Se formaron filas para recibir el plato de comida, los vasitos con refresco, un envoltorio para cada uno con regalos sencillos: el anillo de plástico, el relojito de goma, matasuegras, globos y cosas así.

Con timidez se fueron acercando algunos adultos que también tuvieron su plato de carurú hasta que se agotaron.


Canciones, recoger los envases, más fotos, subir escaleras, abandonar la favela……………carurú.

martes, 24 de agosto de 2010

Aiara

Al principio de estar en Salvador, cuando aún ocupaba una habitación cuádruple en el Hotel Arthemis de la Plaza da Sé, casi todas las noches buscaba un peldaño en el zaguán de una antigua casa portuguesa para sentarme un rato y contemplar el trasiego del Largo de Pelourinho, puerta de entrada y de salida del empinado barrio viejo de la ciudad. (oír música)

Hoy, aún de día, he pasado por allí y me he sentado de nuevo, más por refugiarme del sol ardiente que por la contemplación en si misma.

Al poco, se ha sentado a mi lado una de esas mujeres bien orondas de carnes y vestidas con ropas tradicionales de bahianas que se ofrecen para decorar las fotos de los turistas.

La que compartió mi improvisado banco se llama Aiara y además de algunas palabras sin sustancia tuvimos la conversación que sigue (ella en lengua portuguesa y yo en la que buenamente pude)

_Estoy cansada. Llevo todo el día aquí.

_Si, hace mucho calor al sol en esta plaza. Es duro tu trabajo.

 _¿En qué estás pensando tanto? ¿En las deudas?

_No. No tengo deudas. Es por eso que puedo pensar tranquilo.

_Yo si. Yo tengo muchas deudas. (silencio) Todo el mundo tiene deudas…….menos tú.


Y añade Aiara al poco:

_ ¿Y en qué piensas si no es en deudas?

_No se. En las cosas simples. En el trabajo de esos hombres de ahí delante que instalan una carpa, en el barrendero cansado, en los vigilantes del museo de la esquina, en los turistas que pasan acalorados y en cosas así….

(silencio)


_Si tu puedes pararte a pensar en esas cosas es que, verdaderamente, no tienes deudas.



Hay algo más: En portugués las deudas se llaman “dividas”. El periódico La Tarde de hoy mismo informa de que más de 80 millones de brasileños están endeudados por la facilidad con la que los bancos prestan dinero y por una corriente generalizada de consumo.

No estamos hablando de deudas hipotecarias. Son deudas por adquirir bienes de consumo sencillos como electrodomésticos, ropa, menaje, etc. De hecho, la mayoría de los productos se etiquetan en una cantidad baja multiplicada por el número de juros (letras) en que se puede pagar. Por ejemplo: Un viaje de fin de semana 100 reais x 5 juros; un ordenador 190 reais x 10 juros; una nevera 150 x 5 juros, y así sucesivamente….

(para los aficionados a los cálculos, un euro equivale a 2,5 reais. Más fácil aún, el cuarenta por ciento de cualquier precio en reais es su equivalente en euros)

jueves, 19 de agosto de 2010

Boipeba

He cambiado la quietud de la playa por un caminar incesante, a través de esta isla de Boipeba. Camino en todas las direcciones. Vigorosamente. Casi sin que lleguen a formarse en la arena de los caminos las huellas rápidas de mis pisadas. (oír música)


Tanto ha batido mi pulso en las veredas de esta isla que ahora, como decía un poeta portugués, si que puedo decir de nuevo que una isla es como un corazón rodeado de mar por todas partes.

En solitario. Soy el único intrépido que se adentra en las matas a esas horas centrales del día en las que la búsqueda de la sombra y la quietud son obligadas reglas de salud pública. He sido perseguido en todo momento por el sol cegador que hace blanco el aire y embarga el cielo hasta casi desteñirlo.

Boipeba es casi llana, arenosa en cualquier dirección que se tome, sin carreteras y sin más motores en tierra que los que empujan a los tractores agrícolas que hacen el único transporte posible de “larga distancia” a través del suelo blando. Los trayectos cortos son para las carretillas de una rueda y propulsión humana. También hay burros y mulos con sus alforjas y, algunos, tirando de carros ligeros.

En una isla tan pequeña solo hay lugar para lo imprescindible. No hay policía alguna ni oficina de correos. Ni un solo obstáculo enmaraña las calles: no hay postes, ni señales, ni bancos, ni vados, ni alcantarillas, ni publicidad alguna.

Lo que si hay es una red fina, casi transparente, como las de los pescadores de playa, que relaciona entre sí a los casi mil habitantes que viven permanentemente en esta isla. Nudos de conexión entre la gente y una voluntad tejedora de los moradores que, como costumbre, preguntan a unos por otros sin excusa ni curiosidad, sin que haya urgencia o mensaje alguno que darles.


Al anochecer, las calles se hacen aldea de penumbra mientras el paisaje se desdibuja y la isla vuelve al silencio. Los nativos, que es como se llaman a sí mismos, salen de las casas a pasear de un lado para otro, se detienen a tomar alguna cerveza, a hacer las pequeñas compras y a preguntar los unos por los otros….


P.D. De Boipeba se puede salir de dos maneras y ambas, naturalmente, por mar. La primera es una lancha rápida que lleva a Valenca, en el continente. El trayecto dura una hora y la tarifa depende de si se es nativo, 8 euros al cambio, o si se es no nativo 14 euros.

La otra manera es la que empleé yo. Una lancha, nada rápida por cierto, te lleva en una hora a Torinhas que es menos que una aldea portuaria en otra isla mayor que Boipeba; allí te coge al rato un autobús que, por una pista de tierra, te acerca a Valenca en otra hora y media más a través de una selva. En este itinerario de casi tres horas solo hay una tarifa de 5 euros única para todos. Solo había pobres entre los pasajeros. Es simpático el nombre de este servicio de transporte: Expreso de Boipeba

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lunes, 16 de agosto de 2010

Itaparica

Septiembre de 2009.  Bahía de Todos los Santos. Brasil

Mi padre habría disfrutado mucho sentado en donde yo estoy ahora, en un chiringuito de playa dando holgazanería a un domingo. Lo que no puedo saber es cuánto o de qué manera. ¿Qué se yo lo que le pasaría a él por la cabeza?


Estoy en una isla al otro lado de la Bahía, frente a Salvador. La playa está plagada de sillas y mesas de plástico y entre las patas se acumulan botellas de cerveza vacías. No hay una sola toalla sobre la arena y el despliegue de distintos apaños para sentarse llega hasta el confín del agua misma.

Sobre las mesas hay distintos formatos de tuperware con comidas caseras para un domingo de playa y, al lado, las botellas de cerveza Skol de 600 c.c. dentro de su cesto refrigerante.

Las sombras están hechas de palmeras de cocos y troncos de madera con armazones que las imitan en el oficio de dar algo de sombra.

Detrás hay música interminable de un cantor y su guitarra. Melodías tan melancólicas que hacen que los rostros de la gente se pongan serios, algo tristes, mientras sus labios siguen las letras de las canciones.

No hay blancos en la playa de Itaparica. Esta es una playa muy popular.

Creo que me he acordado de mi padre porque este es un lugar perfecto, en su mejor tarde de domingo de los años 60, para conversar sin límite con mi madre en algún pequeño y solitario bar mientras los niños, nosotros, nos perdemos entre las aventuras inventadas en la arena.

jueves, 12 de agosto de 2010

Mata Atlántica

Hoy es sábado. Este es el día más extraño desde que estoy en esta ciudad. Mi sorpresa tiene que ver, lógicamente, porque he salido al fin de mis dominios urbanos. (oir musica)

Hoy era el día previsto para echar un vistazo al "proyecto" de Lázaro Faría, mi patrón, de recuperar el antiguo acceso a la playa del predio. En principio es solo tomar nota de la situación, valorar soluciones y alguna otra acción preliminar.

El pequeño rascacielos en el que vivo, construido en los años 50, tenía en aquel entonces una senda de acceso hasta la playa que está a pocos metros, quizás 100, pero con un declive de 60 0 70 metros. Los modernos edificios contiguos tienen elevadores en plano inclinado que llevan a los vecinos hasta el espigón en el que abordan o descienden de sus barcos. En nuestro predio el camino dejó de usarse hace décadas.


A mí no se me ocurrió mejor atuendo que los pantalones thai, mis zapatones naturalmente y la camiseta de gas natural de mi hermano Alberto.

Cuando vi a Lázaro llegar con dos escaleras de madera gigantes, una madeja de cuerda gruesa y espesa como las de los escalador de finales del XIX y, sobretodo el recubrimiento de aquél hombre con un mono de piloto de color jungla y unas botas de montañero......me hicieron recordar aquella película de E.T. en la que cuando empieza a girar la cabeza el extraño la niña que le observa impresionada dice: aquí va a pasar algo!!

La aproximación por los sótanos del predio resultaba un riesgo para cualquier observador. Viejos hierros oxidados y cortantes sobresaliendo de los muros, tapias de más de tres metros, un foso que había que atravesar a más de dos metros de altura sobre un reguero empedrado…..Pensé que el seguro que me había hecho mi hermano no aceptaría de ninguna manera un siniestro en condiciones tan extremas.

Al superar las defensas de la casa y tomar tierra en la ladera hacía una temperatura, una humedad, un color y un sonido que no había experimentado nunca. Era una mata atlántica con sus bambús abandonados a su esplendor, plantas gigantes con hojas verde oscuro, lianas colgando de todas partes, troncos muertos. Me precedía Lázaro cogido inestablemente de una cuerda mientras yo, más reservado, le seguía con un machete de sesenta centímetros que él había insistido en poner en mis manos.

Pensé………….tanta vacuna y tanto seguro y aquí me va a comer una pitón en cualquier momento.

Lázaro bajaba más decidido y rodando por el suelo cada poco. Yo iba más lento pero seguro. A un punto, él desapareció por completo trocha abajo.......´.

Me vi allí solo a mi ventura, acalorado, fuerte, tan vivo como las plantas que me rodeaba. Agradecí tener esta oportunidad de contacto feroz con la naturaleza y me sentí bien recibido y tratado por ella.

Blandí el machete con cuidado, tumbé ramas y desbrocé cuanto puede…...hasta que pasaron unos minutos y oí gritar mi nombre desde abajo: Yosé, Yosé………......

Bajé con algo más de premura y a las voces de Lázaro llamándome se unieron las de algunos niños. Al poco, tres chiquillos negros en bañador y descalzos preguntaban si yo era Yosé como si fueran Stanley encuentro de Livingstone. Se miraron entre ellos y se dijeron: Se ha perdido!!!

Bajamos los últimos 30 metros de ladera y de un salto a las rocas, la playa y Flabio, un negro de la Favela contigua que charlaba con Lázaro. No puede bañarme porque no tenía nada debajo de los thai y en Brasil no les hace ninguna gracia el nudismo.

Buscamos más tarde con ahínco las trazas de un camino que ascendiera…...pero fue en vano. No quedaban siquiera restos. La subida fue dura y resbaladiza. Cuando alcanzamos los muros de nuestro predio y parecía que había terminado la aventura....alguien había puesto un candado a la verja de protección. No había nadie cerca. Presidiarios?

viernes, 6 de agosto de 2010

Ciudades

Salvador de Bahía. Este recipiente de multitud de personas atareadas, esta maraña de casas, este orden y desorden al que llamamos ciudad no te deja que pases desapercibido ni por un momento. (oír musica)


Puede que esta ciudad me esté observando, mirando fijamente desde mi llegada. Debo resultar tan extraño en sus calles como un esforzado caminante de campo que todo lo observa minuciosamente para aprender. Hasta hago revisión una y otra vez de mi propia sombra para asegurar mi posición en relación a este sol extraño que se mueve de Este a Oeste pasando por el Norte.

Salvador me mira pero se resiste a darme la bienvenida. Aún medita si estoy de paso como un turista apresurado o voy a quedarme el tiempo suficiente para ser de aquí, aunque sea en la categoría más humilde de los residentes provisionales.

Siento como si muchas puertas no fueran a abrirse hasta que la incógnita de mis intenciones quede bien resuelta. Es posible que si no me lo gano no haya para mí Salvador de Bahía en la intimidad. Poco más conseguiré que un manojo más de calles de una ciudad de América. Impersonal.

Si no me abro yo mismo lo suficiente es seguro que nada se abrirá para mí que no sean los simples tornos giratorios instalados para contabilizar viajeros.

Cada mañana salgo de casa con el mejor espíritu, mi energía a punto de sobresalir por las costuras y tras 8 o 10 horas de mi particular trashumancia regreso sin siquiera un guiño de la ciudad, una promesa de aprobación, un "estamos estudiando su caso"

Me haré presente de nuevo en este domingo ocioso. Dejaré que la ciudad me vea pero tan solo caminando por su borde en busca de un barco. Me apartaré algo de la ciudad atravesando la bahía de Todos los Santos por ver si a mi regreso hemos avanzado algo. Salvador y yo, digo.

Paciencia.

domingo, 1 de agosto de 2010

Porto da Barra

Hay algunas cosas que escribí en Brasil, cuando aún no había iniciado este blog, que corren el riesgo de perderse por ahí entre otros muchos trastos. Lo sentiría especialmente por las fotos que tantas veces hacen innecesarias las palabras. Así que como quien se da un respiro en un día de trabajo e imagina lugares tropicales mientras cierra los ojos voy a ir rescatando notas de esos días de 2009 en Salvador de Bahía.... Para la gente de mi familia que ya leyó esto a su tiempo les animo a otro vistazo, esta vez con música.

Hay una marea de gente que abandona la playa cuando ya hace rato que ha anochecido. Se echa encima la hora de volver a casa. La playa de ese nombre, Porto da Barra, deja ver entonces sus tripas al desnudo, su arena desolada bajo un vertedero de latas, botellas, cocos y un bazar entero de despojos que, hasta entonces, han sido camuflados bajo las sombrillas.

Es un asco. Es la arena retorcida, maloliente, sufrida y resistente al mismo ataque cotidiano. No hay duchas ni papeleras, ni en la arena ni en sus inmediaciones. No hay remedio. Siento pena al contemplarlo…..pero, aún hay que quedarse allí un rato. Pacientemente.

Es sabido que no hay nada aquí que no sirva para más de un uso. Un método de reciclaje perfecto y económico que alivia las onerosas cargas de las limpiezas públicas. En efecto, un enjambre de pobres se acerca a la arena como hacen las gaviotas al atardecer en las playas de Europa en busca de los despojos abandonados por los bañistas. Pobres especializados en latas de aluminio, en cocos desventrados, en botellas de plástico y en metales de sombrillas desvencijadas. Los hay con vehículo, es decir carretilla, y los hay con grandes bolsas de plástico que llenan, atan y luego cargan sobre sus hombros o apoyan en una bicicleta.

Estos hombres son ágiles y diligentes. No hay descanso. Las sucesivas pasadas de punta a punta del arenal van despoblándolo de un tipo de basura, como si fueran cedazos singulares y, de ese modo, en menos de una hora no queda nada sobre la arena, tan solo la noche que se abate parsimoniosa sobre algunos los bañistas que no han dejado de entrar y salir en un mar que siempre está a 24 grados.

Sin necesidad de horario de apertura, puede considerarse que la playa ha quedado cerrada. Limpia. Los vendedores ambulantes se han recogido, el tráfico se reduce y solo queda algún transporte público ocasional, las plazas de aparcamiento se quedan vacías, nadie espera ya en las paradas del ómnibus y casi puede oirse llegar el silencio….

Noche y día.

.../...


Regreso a esta playa el domingo a las 7 de la mañana. El sol ya ha salido hace más de una hora y se eleva en el cielo a toda velocidad como tiene por costumbre hacer en este hemisferio. Vengo caminando desde casa, cuesta abajo, en apenas 20 minutos. La luz ya ha hecho su inundación cotidiana y todo parece dispuesto para una inauguración.

Las personas aparecen de una en una como sucede con los que se anticipan previsores a la hora de comienzo de un espectáculo. La playa se puebla de deportistas de todos los palos incluido el yoga, dueños de todas las clases de cuerpos de cualquier edad, mirones, ancianos solos o en conversación animada, indigentes que aún duermen, sirvientes pobres de pobres que hacen los primeros acopios de material en el puesto de venta, transportistas de sombrillas de alquiler, jóvenes que aún no han vuelto a casa y ociosos como yo.

La arena empieza a cubrirse. Es la marea de nuevo que regresa con el día. Como en todas partes, la gente llega llena de pertrechos, provisiones y alegría. Lo van cubriendo todo inexorablemente. Parece que la arena se escondiera de la vista hasta desaparecer por completo.

Son las 8 de la mañana de un domingo de octubre y esto es O Brasil.

Es entonces, cuando recuerdo que una revista española hizo una indagación entre sus lectores sobre cuáles eran las playas más bonitas del mundo. Ganó un arenal nacional que no recuerdo ahora pero si puede saberse que la segunda en las preferencias era Porto da Barra.

Como dicen aquí: Da para ver!!