jueves, 29 de julio de 2010

Bicicleta

Tan solo hace unos días que viajé con mi hijo Jaime por el casco antiguo de Barcelona en bicicleta. Es una forma deliciosa de desplazarse por las callejuelas sin tener que vigilar las acometidas del tráfico.

Ayer, como tantos días, rodé de nuevo por el centro en busca de mapas y otros pequeños asuntos pendientes hasta que mi bicicleta, bien aparcada y protegida con candados, se convirtió en una víctima más del asalto de los ladrones en el verano de esta ciudad. Insistentes y dañinos como si de una plaga de mosquitos se tratara estas gentes acechan desde el inicio del día a cualquier ciudadano, con preferencia por los aturdidos turistas extranjeros o por objetos que, como la bici, puedan ser revendidos de inmediato.

Al ver el candado roto y tirado no me disgusté que, como es sabido, es el segundo y peor efecto de una perdida material. Lo que si hice fue recordar esa consistente suerte mía cuando se trata de recuperar las cosas perdidas o extraviadas. Me dije: la encontraré.

Por la noche hice la consabida denuncia en la Comisaría y, también, un anuncio de robo en la web que resultó una tarea más ágil y puede que más eficaz que los resultados que son capaces de obtener los pocos policías impotentes para atrapar a tantos ladrones.

Así que, para ayudar a mi suerte en sus trabajos, me dispongo a merodear esta tarde por la ciudad hasta dar con mi querida máquina.

Mientras..............aquí hay buenos consejos para hacer más difícil que nos quiten nuestra querida bici.

lunes, 26 de julio de 2010

Extremadura

Hace unos días eché mano de mi mapa Michelin uno un millón de Espanha-Portugal para trazar las rutas posibles de un viaje. Al menos dos alternativas que ofrecer a mi hija Carmen que con su chico, Manu, se irán en unos días desde Madrid camino del oeste hasta el océano al que siempre está mirando Portugal.


Ese viaje de los chicos me gusta por varios motivos: porque son una pareja joven y feliz que viaja por su cuenta, porque han elegido por destino ese país de cara y sentimiento que tanto me emociona y porque van en un Golf antiguo que es la segunda mejor manera de recorrer la península, después de ir caminando, claro está.

Pero con todo, lo que me empuja a escribir, a buscar fotos y a entrecerrar los ojos es que recorrerán Extremadura. La costa de Aveiro es un buen destino, pero esa región española inmensa es el ingrediente principal del viaje.

Tan hermosa que cuesta elegir una sola ruta. Yo he probado a hacerlo hoy con dos entre tantas: la que entrando desde Ávila por el puerto de Tornavacas desciende atravesando a trechos el río Jerte hasta Plasencia, la vieja ciudad de noches silenciosas y milenarias. Bordear luego el pantano buscando las laderas secas de Las Hurdes y la Sierra de Gata para perseguir el final de cualquier día en la quietud de Penamacor ya en Portugal.

La otra ruta transcurre por la ladera sur de Gredos, por la Vera, hasta llegar a Malpartida y el hundido verde del Tajo en Monfragüe. Luego el calor intenso de los Baldíos hasta alcanzar la atalaya portuguesa de Marvao.

Qué difícil elegir! Días largos de pisar la tierra entre los restos de las cosechas, de contemplar los ríos interminables y respirar el aire caliente a la sombra naranja del descanso de los alcornoques

domingo, 25 de julio de 2010

ALSA

Esta compañía española de autobuses se relaja en la ausencia de competencia. Los tres principales condiciones para un viaje en autobús no son para ALSA una ocasión para conquistarte sino una forma de causar perjuicios gratuítos a sus pasajeros. Así que viajar de Santander a Barcelona solo puede hacerse con ellos y resulta caro, lento e incómodo.

El billete cuesta 50 euros y la duración del viaje alcanza casi las 10 horas de las que hasta tres las invierte en recorrer los 170 km. que hay desde el origen a tomar la A-68 a la altura de Miranda de Ebro.
Con mucho lo peor es la INcomodidad del trayecto que sale de Santander a las 21 horas. En cada parada en medio de la noche se encienden todas las luces interiores y el conductor anuncia por megafonía la estación a pesar de las evidenias; en lugar de un alto a horas razonables para tomar algo de cena y estirar las piernas la parada se produce a las tres de la madrugada en la cochambrosa área de servicio de Alfajarin, en las cercanías de Zaragoza. Las puertas permanecen abiertas aunque parte del pasaje duerma y la noche sea fría. Los equipajes no están bien controlados y no hay medidas para que nadie salvo tú pueda retirar sus pertenencias de la bodega. Y así una y otra vez cada día.

Solo si los usuarios nos quejamos hasta hacernos oír podrá mejorar esta situación.

viernes, 23 de julio de 2010

Portbou - La Escala

Tan solo he podido tomar algunas notas sobre la primera gran etapa de “península” en los bordes de mis tres hojas impresas con la ruta a seguir. Dos o tres palabras si acaso para clavar con un alfiler en mi memoria algún pequeño suceso, un nombre o un dato con los que hilar una mínima crónica en otro momento.

Más tarde he pensado que hacer una descripción del itinerario estrictamente caminante podrá interesar a los aficionados pero se hará algo pedregosa para quienes tienen otras aficiones. Así que, bien pensado, usaré las notas para añadir información a las guías mediante una página web aparte y en este blog dejaré colgadas imágenes de la travesía como estas que siguen, envueltas en la música de Bruce Springsteen.

jueves, 22 de julio de 2010

Timos


Hay quien incluye en sus presupuestos de viaje una partida de dinero que sabe que irremediablemente va a perder, bien sea por engaños, por robos o por errores. Así lo hace el escritor Javier Reverte y relata en su libro “Los caminos perdidos de África” como nada más llegar a Etiopía tuvo que echar mano del monedero de los timos previsibles.

No había pensado nunca en atender un gasto como ese, pero si que he dedicado un rato a hacer memoria de los timos que he sufrido en mi viaje a India que han sido tres en sesenta días. Al menos de los que yo me he dado cuenta. No está mal.

El primero de ellos fue tempranero: en mi primer día de viaje, en Nueva Delhi. Caminando por los mercados que llenan los alrededores de Connaught Place recibí un aluvión de llamadas de multitud de limpiabotas que se ofrecían a limpiar mis zapatos mientras yo seguía absorto en mis propios pasos de vagabundeo sin prestarles atención alguna. Uno de ellos, más insistente que los otros, llamó mi atención al punto de aceptar sus servicios y su oferta de 15 rupias por una limpieza completa (unos 30 céntimos de euro). Tomó con determinación mis zapatos, sacó los cordones y de un vistazo diagnosticó el mal estado de las suelas. Se ofreció a repararlas y a pesar de que era evidente que el presupuesto de limpieza se iba a ver engordado le dejé hacer confiado en que no llegaría a mucho. Habilidoso con la cuchilla y el pegamento, tanto como para apoderarse del dinero de los viajeros, me pidió 270 rupias por los 10 minutos que dedicó a mis zapatos. Este es un precio muy común en las tiendas de zapatos por adquirir un par nuevo.

El segundo timo no llegó a hacerme sentir tan idiota como el anterior y, al menos en parte, pude reaccionar y salvar algunos los desperfectos que traen consigo los engaños. Sucedió en Gujarat al llegar a Ahmedabad procedente de Bhuj , en un autobús de los que llevan literas. A pesar de que estudiaba con antelación los planos de las ciudades a las que iba a llegar, para que no resultaran tan torpes mis primeros pasos en ellas, no era posible adivinar en donde tendría a bien parar el autobús. Al ser de los privados no entraban en las estaciones de autobuses y elegían a su conveniencia el apeadero de sus pasajeros. En el aturdimiento de la primera hora de la mañana descendí del autobús aquel día entre el griterío de los rickshaw motorizados que a toda costa querían hacerme su pasajero. De entre todos elegí el que me pareció de mejor semblante y el único que acepto mi oferta, de escaso montante, para llevarme hasta la estación de tren. En pocos minutos y antes de que hubiera conseguido orientarme se detuvo ante una estación y extendió su mano para recibir lo prometido. Me enfadé mucho por la evidencia de que aquella estación era un apeadero urbano que, a todas luces, no podía ser el destino de un viajero extranjero. Aquel hombre se ofreció aparentando gran sorpresa, en medio de la indignación del momento y mi amago de bajarme sin pagarle, a llevarme a la estación, la verdadera e inmensa Ahmedabad Junction Rail Way Station, al otro lado del río Sabarmati. Eso si, la carrera pasó a costar el doble de los pactado en las escaleras del autobús.

El último timo ya no fue en solitario y hay que ver lo que consuela saber que la idiotez no es exclusiva de uno. Nuria y yo descendimos de un autobús en muy parecidas circunstancias a las descritas en Ahmedabad, pero esta vez en Jaipur, la capital de Rajastan. Para prevenir los desastres matinales nos tomamos nuestro tiempo, sentados en un zaguán, para recuperar la orientación suficiente y ponernos en movimiento con algo de soltura. Con la dirección escrita en un papel de la calle en la que estaba uno de nuestros hoteles seleccionados intentamos contratar a un par de candidatos conductores de rickshaw de pedales sin que ninguno de ellos supiera el paradero de la calle o bien acertaran a leer lo que aparecía en nuestra nota. Al final, se acercó un hombre mayor que leyó con cuidado la tarjeta y aceptó el precio que ofrecíamos sin rechistar. Se elevó frágil y erguido sobre los pedales y nos puso en marcha lentamente. A unos treinta metros dobló a la izquierda y nuevamente a la derecha pasados unos cincuenta metros más. Se detuvo entonces. Sin duda aquella era la calle y aquél letrero que señalaba con la mano era nuestro hotel. No habíamos recorrido ni tan siquiera cien metros. Verdaderamente aquí no hubo nada de engaño y si todo de la torpeza del forastero.


sábado, 10 de julio de 2010

Península

A las 7 de la tarde la sombra que proyecta mi cuerpo sobre el suelo empieza a alargarse. Las ocupaciones de la cabeza, hasta entonces mínimas, se estiran como la sombra sabiendo que tan solo quedan dos horas de luz y, como mucho, una postrera de penumbra.


Vengo caminando desde Portbou y en ese momento, superando el Puig de l'Oratori que domina desde lo alto el Puerto de la Selva, me quedan poco más de ocho kilómetros de camino hasta Cadaqués. Esta es ahora mi ruta y los confines de mi sombra es el plazo para recorrerla. La inmensidad del Cabo de Creus parece tan solitaria como yo mismo.

He atravesado nuestro país desde pequeño en los viajes que cada verano nos llevaban a mi familia desde el Norte de África hasta los valles altos de Asturias. Tanto territorio me pareció entonces tan variado y sorprendente como inabarcable a la medida de cualquiera. Hasta mi padre, que lo conocía todo tan bien, acreditaba que su mirada al paisaje lo fue casi siempre tras una ventanilla.

Desee conocer esta geografía tan cercana. Fui pensando con el tiempo que recorrer por mis medios tanto espacio no podía ser materia de un proyecto, con sus prudentes y calculadas medidas; si acaso, materia para un sueño. Un sueño sin medida que es como deben ser los sueños. Y que no había otra forma de sentir la península ibérica que recorriéndola a pie. Pensaba: Un día bajaré de un tren en la estación de Portbou y echaré a andar la costa hacia el sur hasta que la península termine frente a la Isla de los Faisanes en el río Bidasoa.

Así se llama este sueño: Península. No se cuan largo es pero pasará de los cinco mil kilómetros y tampoco eche cuentas de cuantas jornadas de travesía llevará ir completándolo, pero seguro que más de doscientas.

Hay días. Hay tiempo.

jueves, 1 de julio de 2010

Caminantes

Supongamos un viaje en avión a un lugar lejano. Por ejemplo a India. Te pasas el vuelo mirando una pequeña pantalla que tienes a un palmo de tus ojos en el respaldo del asiento de delante. La figura de un avioncito, y su trazo sobre un mapa como si fuera su estela, te va informando de que sobrevuelas Rumanía rumbo al Mar Negro; más tarde, la línea roja roza el norte de Irán hasta adentrarse en el dibujo azulado de Afganistán, mientras no dejas de pensar en las refriegas que se suceden a treinta mil pies más abajo. Al llegar a Paquistán la escala del mapa se amplia para aproximarse al destino. La verdad es que viajando así hay poca diferencia con pasar el dedo por la superficie de un globo terráqueo con luz de los que iluminan el atardecer de las habitaciones de los críos. Un largo recorrido para un corto viaje.


Por el contrario, si te echas a caminar cualquier día de buena mañana sin tomar exacta cuenta de las distancias, si das cobijo en tu mochila a lo imprescindible y no pierdes ligereza para subir y bajar senderos y si, en fin, caminas constante dejando que sean tus sentidos quienes vayan abriendo la marcha, entonces sí que haces un largo viaje aunque el mapa diga que el recorrido es corto.

El sábado salimos a pié de Palamós, en la zona más abrupta de la Costa Brava gerundense, rumbo a Bagur que está a unos 25 kilómetros al norte. En nuestro equipaje tan solo una tienda ligera, nuestros sacos, un refrigerio y agua.  


Ocho horas después, las mismas que hay en avión de Zúrich a Delhi, montamos nuestra tienda en un rincón de arena entre las rocas en un borde de la rada de Tamariu, a casi veinte kilómetros de la partida. Antes de dormirme repasé el camino recorrido, guardé en orden los olores, me aseguré de que quedaban en su sitio las imágenes y, en ese último momento del día, me acordé de mi amigo Juan González.

Juan me enseñó a diferenciar las cañadas de los cordeles y las veredas como haría cualquier pastor de la trashumancia. Me nombró las muchas palabras con las que se da nombre a los caminos de tránsito ganadero, como traviesas, azagadores, galianas, carredadas, ramales y algunas otras.

Con días así es como se va haciendo un caminante.