martes, 8 de febrero de 2011

Arcila

En Arcila hay algunas huellas escondidas que ya me señalaron de niño mis padres. Mi abuelo Ángel ocupó el Consulado de Arcila en dos ocasiones en los años 20 y algunas de sus acciones han perdurado en mi memoria de tal modo que, a la menor ocasión, vuelvo a las calles silenciosas de la medina, visito el minúsculo mercado de abastos, o me asomo a las almenas blancas que recortan el cielo cerúleo.



Minúscula frente al océano atlántico, Arcila descubre las sombras en invierno. Blanca, de calles anchas, de casas frescas y bajas se recoge en los días cortos, se guarda de la lluvia bajo los toldos de plástico de la muralla y se aprieta en el tumulto de los hombres que abarrotan los cafetines.

Arcila se asoma al fin en la tarde a que la mire el horizonte como si fuera un destello blanco.