domingo, 30 de diciembre de 2012

Mekong


Los sitios remotos que visito por primera vez están llenos de interrogantes. Como esas marcas que suben por la ribera del río desde el agua hasta las calles de la ciudad de Luang Prabang. Hoy estaban en 5 metros, pero las últimas anotaciones escalan hasta dar cabida a los 22. Cuesta creer que este poderoso río, del que tantos otros son tributarios, alcance en los meses de verano cotas tan elevadas, pero el viento monzón trae entonces desde el sur todas las lluvias imaginables.




Así que ahora, en la temporada seca, el río está en sus marcas más bajas y la navegación por él se hace difícil y necesariamente experta. 

Cuando los barcos que hacen largas travesías por el Mekong ya han hecho el embarque de todos los viajeros y de sus bultos y todo parece preparado para que abandonen al fin el puerto es cuando aparece el piloto. He observado le pericia de estos hombres que no abandonan en ningún momento el timón en singladuras de más de 7 horas y que llegan a conocer cada recodo, cada uno de los grupos de rocas, cada corriente y su empuje y cada maniobra para dejar o coger pasajeros en los minúsculos puertos de las riberas. Y todo ello a lo largo de más de 100 kilómetros de río.


Este río, como todos los grandes, me cautiva. Tengo la intención en este viaje de alcanzar el delta del Mekong, al sur de Vietnam. Acercarme en bicicleta por alguno de los nueve brazos por los que toda esa agua se desvanece en el mar de China después de recorrer más de 4.000 kilómetros desde la meseta del Tíbet.


martes, 25 de diciembre de 2012

Anochece en el Mekong




Final del día 25 de diciembre. Mekong entre Tailandia y Laos.





lunes, 24 de diciembre de 2012

La bicicleta de Chiang Mai


Al llegar a Chiang Mai elegí mi tienda de bicicletas con mucho cuidado, como siempre, y, a pesar de que era la del alquiler más caro, con la fianza abultada y la más distante del hotel, me decidí por la tienda-taller que hay cerca de la puerta norte.

No pude negociar gran cosa con el tailandés, un tipo mal encarado y nervioso, salvo una rebaja de 10 bats diarios por llevarme la bici 4 días. Mi segundo intento para el descuento fue al volver para renovar otros tantos días. Pero no hubo manera, el precio de 70 bats al día permaneció invariable. El hombre era de ideas fijas.

Con pocas esperanzas acudí a la tienda una tercera vez, el propio día de devolución, por ver si podía retrasar la entrega de las 5 de la tarde, tan incómoda, por la primera hora de la mañana. Si, claro, me dijo el tailandés, pero tendrás que pagarme un día más. Tu alquiler es diario.

A la vista de la actitud del tipo me presenté por la tarde a devolver la bici y recuperar mi fianza de 50 euros. Es verdad que la hora de entrega eran las 17:00 pero yo llegué allí a las 17:50. Un retraso lo tiene cualquiera. La tienda estaba cerrada y así es como empezó esta historia.

Me vi allí, solo en la calle, frente a una valla de un metro setenta de altura rematada de alambre de espino y con una posibilidad cero de que apareciera nadie. Y yo, a la vista de los precedentes, no quería llevarme de nuevo la bici. Así que tenía un trabajo que hacer: poner la bici al otro lado de la valla. Daily is daily.

Merodeé por la manzana de casas, como lo haría un mendigo en busca de algo de valor, hasta que encontré una cámara vieja que até al manillar de la bici. Puse el candado en la rueda y alcé l bici por su parte de atrás hasta pasarla al otro lado de la valla. Luego solo tuve que ir soltando la cámara del manillar hasta que se depositó en el suelo perfectamente de pie. Salí de allí con alguna magulladura en los brazos pero satisfecho y con la llavecita del candado en el bolsillo.

Regresé por la mañana, a las 10, al lugar de los hechos y el tailandés debía llevar horas armando su indignación porque la verdad es que no me recibió con amabilidad. El hombre repetía, mientras alzaba los brazos imitando el sobrevuelo de la valla por la bici, que eso que yo había hecho era “not good, not good” Podía comprender perfectamente su sorpresa, así que mostré una cara de español despistado en Tailandia sin darle más importancia. Todo porque aquel hombre se relajara.

Pero no fue así. Siguió con sus aspavientos haciendo un gran drama del asunto. El tipo exageraba mucho, tanto que mi entendimiento de su inglés  no pasaba de intermitente. Llegó a un punto su ira en que le pareció que era el momento de castigarme. Así que, como quien cierra un asunto, y haciendo oscilar la llavecita del candado con su cordón me dijo la palabra mágica: Ahora me tienes que pagar 70 bats de un día.

Nunca debió haber hecho eso. Se me cambió el color y como diría mi sobrino Pedro: Más vale que le des un guantazo porque hablarle le va a resultar mucho peor. Y eso fue lo que hice: hablarle. Hacerlo sin parar en un inglés infumable pero persistente como una lluvia de monzón. Soy imbatible en ese terreno. El hombre no tenía aguante alguno y a los tres minutos empezó a cansarse y, como es natural, yo empecé a rematarle. En ese punto, cada vez que hacía el gesto de los brazos pasando la bici y el not good, not good, yo le recordaba que era la octava vez que me lo decía, la novena, la décima. Yo no tenía prisa y no me movía. El hombre iba y venía desesperado pero llegó un momento en que su mirada desolada dejó claro que renunciaba al imposible asunto de que le pagara un día más.

La victoria me reconfortó, la verdad. Incluso me dio fuerzas para la segunda batalla que se avecinaba, porque yo sabía perfectamente que se habían roto dos radios y un mecánico tailandés, aunque esté cegado por la ira, no puede dejar de verlo a la primera. 

Y así fue. Quitó el candado a la bici, la subió en su soporte y le dio una pedalada. La rueda en su inocente giro hacía ese bonito arabesco con la llanta de cuando se le han roto algunos radios.

El tailandés triunfante me enseñó los dos radios rotos y con un gesto que me pareció un poco chulo los cortó enérgicamente con un alicate. Ni me inmuté. Sabía que le había dado un buen cuidado a la bici y que esa avería es completamente normal con el uso y más probable aún con mi peso. Pero aquel hombre no tenía su día y volvió a decir la palabra mágica: Me tienes que dar 100 bats por la avería.

Yo que venía de una victoria reciente, con la mayor de las paciencias, le di su merecido: le empecé a hablar de nuevo. En inglés. Era tan evidente que no le iba a dar nada nunca que esta refriega se me hizo breve. Para él es seguro que fue un largo tormento.

En un momento me preguntó con angustia pero sin fuerza:
_¿ Entonces no me vas a dar nada?
Yo por ser asertivo le contesté:
_¿No ves que la bici no puede vivir para siempre? Hay cosas que se rompen con el uso. Entiéndelo.

Así que aquel hombre, derrotado, se llevó la mano al bolsillo del pantalón, abrió una cartera y allí estaba mi lustroso billete de 50 euros. Me lo devolvió.

Ese es un momento delicado cuando uno está en el extranjero, porque el esfuerzo de la discusión en inglés, y con dinero de por medio, me podía pasar factura y hacer que arrancara a echarle un discurso sobre lo que pensaba de su inflexibilidad, de sus aspavientos y de esa fea actitud de querer mi dinero. Y todo ello en español.  Eso si que es abrumador.

No hice nada de eso. Me di la vuelta, salí de la tienda y eché a andar por la calle pensando en otra cosa. 

martes, 18 de diciembre de 2012

Châteaux d'eau

Viajando por Francia, con un territorio en general tan llano, pueden verse los depósitos de agua elevados sobre los tejados de los pueblos. Están por todas partes y son visibles a gran distancia. Siempre me ha llamado la atención su nombre en francés: château d'eau.

En España, por contra, son inusuales. Entre nosotros ha predominado el depósito de agua situado sobre el terreno, normalmente en una loma o en un punto elevado.

En ambos casos, son muy útiles para el suministro de agua y los elevados, además, aumentan la presión que reciben los ciudadanos en sus casas (un bar adicional por cada 10 metros de elevación)

He sabido ahora que los romanos ya los usaban y llegaron a tener construidos más de 200, repartidos por el imperio, en el año 100 a.c.

Pero no es por la historia por lo que me ocupo ahora de los châteaux d'eau. La razón es otra.

Siempre me ha parecido que su presencia en ultramar era una huella más del paso de los franceses por esas tierras y una de las obras predilectas de los entusiastas ingenieros expatriados.


En Camboya, naturalmente, hay châteaux d'eau construidos por los franceses en los tiempos de Indochina. He seguido su rastro por todo el sur y he encontrado en Kampot el más hermoso de todos cuantos he visto en Francia y fuera de ella.

Está en la Estación de montaña de Bokor y además de su notable altura, se elevó sobre un promontorio rocoso muy cerca del hotel Palace.

Los pilares de la torre carecen de escala y no parece que la haya tenido nunca. Pero el hormigón está en buen estado y cubierto de un liquen de color casi rojo.

El depósito parece el vigilante de aquella elevada meseta, aunque hoy tan solo haya  ruinas y baste con guardarlas, si acaso, de la niebla.

Ni siquiera es necesario su servicio de agua, pues no hay una población estable en la zona y el lugar es casi impracticable en la temporada de lluvias.

Pero cada día del año, inexorablemente, la larga sombra protectora del château d'eau de Bokor recorre los matorrales, los caminos y las rocas que lo circundan y dibuja sobre ellos su esbelta silueta.


Para poder ver los variados modelos de châteaux d'eau hay que remitirse al trabajo de los fotográfos alemanes Bernd y Hilla Becher. El acceso directo a las fotos está aquí

viernes, 14 de diciembre de 2012

Chicas

A pocos kilómetros de Koh Kong, en Camboya, hay un extenso poblado de pescadores en el que las casas, construidas sobre pilotes de madera hincados en el agua, forman largas hileras con la única vecindad de una pasarela interminable.

Pasé casi toda una mañana explorando el lugar y parando cada poco para aliviar el intenso calor de ese día. Cualquiera al verme tan acalorado me ofrecía el cobijo de la sombra de su casa. Aceptaba en silencio la hospitalidad, respondía con sonrísas y cuando recuperaba un poco la temperatura proseguía mi ruta.

De todas las paradas ninguna fue tan divertida como la de una pequeña tienda de comestibles poblada por niñas ociosas y alegres. Todos los rostros me parecieron llenos de expresividad y de belleza.


Una hora más tarde, en un rincón del manglar con el que termina por desdibujarse en el mar la línea de costa, aparecieron nuevamente aquellas chicas como si fueran los enanitos de un cuento, que como todo el mundo sabe aparecen y desaparecen cuando les viene en gana. Se apañaron para explicarme que querían que les hiciera fotos y, como es natural, no pude luego darles nada salvo escudriñar en la pequeña pantalla de la máquina.

Dejo las fotos de las chicas en este blog para que puedan verse cualquier día:




Y el extraordinario lugar en el que viven y juegan:



miércoles, 12 de diciembre de 2012

Errores

Los viajes están llenos de días memorables y de aciertos. Algunos tan inesperados que pasa tiempo hasta que consiguen olvidarse. Como fuera, ese caudal de anécdotas positivas es el mejor regalo para nuestra familia y amigos.

En cambio los errores no tienen buena fama. O se olvidan rápidamente o se esconden bajo la alfombra como las pelusas que han sido advertidas a última hora. Y esa actitud es una equivocación, porque una sucesión de errores atravesando Tailandia, pongo por caso, componen una cara de idiota al viajero que no es fácil de olvidar. Merece ser compartida. Incluso compartir los errores mundialmente en este blog, sin verguenza.

DE Koh Kong a Chang Mai
En las últimas 30 horas he viajado de un tirón desde Koh Kong, en el sur de Camboya, hasta Chang Mai, en el norte de Tailandia. Son algo más de 1.100 Km.

Todo iba bien en la frontera y en la furgonet hasta Trat. allí, sin tiempo para coger algo de comida, nos hemos subido a las 11 al bus que salía para Bangkok. Tan solo paró una vez en un local con baño/minisuper en el que no había comida decente. Siempre llevo munición de emergencia pero al paso de las horas esas minucias no matan el hambre.

Cuando el bus estaba a poco más de 20 km. de BKK ya hemos empezado a coger atascos y eso ha hecho que la llegada a Ekamai Station se retrasara a las 17,20. Tarde. Esa hora es la peor del mundo si por desgracia tienes que ir a Hua Lampong Railway Station, como era mi caso. Entonces tienes que coger el autobús 40 y pasar sin remedio por Siam Square. Eso es lo mismo que el caos o, ayer, 80 minutos en un trayecto que habitualmente se hace en unos 35'.

Como consecuencia, mi margen para coger el tren de las 19,35 se fue como el humo del atasco y con el hambre que llevaba tuve que pasar por delante de decenas de humeantes puestos de comida  a la vera de la estación, con sus sopas, sus tortillas y otras delicias tailandesas sin tan siquiera mirarlas.
Me fui de cabeza a la primera taquilla que vi despejada y pedí claramente mi butaca de segunda en vagón de aire acondicionado para el expreso a Chang Mai.

El empleado a todo me dijo que si sonriendo y.......me azotó un billete que costaba 880 bats (unos 22 euros) que, aunque era más caro que lo que ponían mis notas, pagué sin casi rechistar. Con 10 minutos de margen me subí al tren comprobando que el sonriente empleado no había entendido una jota de inglés y me había dado el billete más caro que tenía, por si acaso: litera de abajo en coche de segunda con aire congelado.

El hambre no me dejó disgustarme en condiciones por el error de no haber comprobado que el empleado me entendía y el de no haber revisado el billete. Así que me fui al vagón restaurante y me pedí un menú que, en el prospecto, tenía muy buen aspecto y un razonable precio.  No era así. Ni bueno ni barato, porque el complemento de una simple cerveza duplicaba el precio de aquél raquítico plato de arroz con verduras.

Me fui a dormir como mejor solución para no meter más la pata. Que día!!!

Tengo que escribir 100 veces que estando cansado se cometen más errores que de costumbre.

Debí quedarme ayer noche en Bangkok y haber tomado hoy, descansado, con calma y acierto mi tren a Chang Mai.

Pero, con el nuevo día, ha sido llegar aquí y todo ha empezado a ir sobre ruedas, como el bonito y cómodo hotel rodeado de templos desde cuyo pequeño balcón se ve esto:









lunes, 10 de diciembre de 2012

Bokor


Mapa francés de Bokor, en las Montaña Elefante
Los franceses estuvieron en Indochina casi setenta años. Desde 1887, en que nombraron al gobernador de “ la colonie de la Cochinchine et des protectorats du Tonkin, de l'Annam et du Cambodge », hasta 1954, en que el presidente Mendès France firmo los acuerdos de Ginebra, tras ocho penosos años de guerra, por los que Francia se avenía, entre otras cosas, a la independencia de Camboya. 

Los europeos residentes en tan vasto territorio nunca pasaron de 34.000* (censo de 1940) sobre una población local de más de 22 millones de habitantes en toda Indochina.
Palace Hotel 1925
Aun no siendo muchos, las autoridades de la colonia pronto vieron la conveniencia de establecer estaciones sanitarias marítimas y también en altitud, cuyo propósito era sustraer a los franceses de "las condiciones debilitantes del clima durante la estación calurosa"

Ese es el origen de la estación de Bokor y su emblemático Hotel Palace que fue construido en 1925 y que,aunque maltrecho, aún sigue en pie.

Y esta es la descripción de la estación por el Dr. Gaidé, médico general inspector de Indochina en un informe de 1931:

Le Bockor, station climatique ouverte au Cambodge depuis 1917, se trouve à 42 km de Kampôt, sur le golfe de Siam. Situé sur les hauteurs du massif de l'Éléphant qui dominent la mer de 1000 mètres, le Bockor tire de cette exposition les avantages combinés de la mer et de la montagne.
Menú de inauguración
La station est bâtie sur un terrain rocheux, mamelonné, présentant néanmoins de nombreux terre-pleins pour des maisons avec jardins, jeux en plein air, tennis etc.. Cet emplacement est souvent battu par les vents. On l'a choisi pour la beauté de son panorama. Les principaux bâtiments, Grand Hôtel et pavillon de la Résidence supérieure dominent les à-pics, face au sud ouest, et l'immense nappe d'eau, semée d'archipels, que rien sauf les nuées de passage, ne cache à la vue. C'est la "cote d'opale" bien nommée à cause de ses teintes.
A voir : 
- le site remarquable de Bellevista, panorama qui permet par temps clair d'embrasser d'un regard toute la cote du Cambodge, depuis la frontière de Cochinchine jusqu'à la frontière du Siam.
- A 6 km en arrière de Bockor, belle cascade : l'eau se précipite dans un gouffre de rochers dont on ne peut sonder la profondeur.
La station n'est habitable qu'en saison sèche, pendant 6 mois au maximum, de novembre à fin avril.
El Hotel abandonado
Le Bockor est actuellement fréquenté par les européens du Cambodge, de Cochinchine et quelques siamois à  qui on a donné des facilités par la création du port de Réam, est surtout une station de repos. D'autres endroits sur la montagne, mieux abrités, auraient été plus indiqués pour l'installation de la station principale, en particulier le km 22 et le plateau.
Allá arriba sobre la cornisa,a media hora de Kampot, no queda más que un mar de sombras inhabitadas y casi ocultas por la asidua niebla. 

Pero hay mil posibilidades de reconstruir con bastante libertad el pasado.

Imaginar que los "veraneantes" de las villas y huéspedes del hotel se encontraban el los servicios religiosos de la pequeña iglesia, supongo que blanca por aquél entonces.


Recrear el trasiego de los bajos del hotel dedicados a las cocinas, despensas, lavaderos  y el resto de servicios de un hotel de su tiempo. O repasar el orden del día de la gobernanta para la atención y limpieza de las 36 habitaciones y el buen estado del salón principal y del comedor para 50 comensales. O las preocupaciones del director sobre el cuidado aperitivo de la terrraza asomada sobre el golfo y el confort del salón principal en el que, en ocasiones, había que encender la chimenea




* En 1952 lacolonia española en Marruecos era de 130.000 habitantes (80.000 en la parte española y 50.000 en la francesa) para una población total de nativos en la parte española de entre 800.000 y un millón.







viernes, 7 de diciembre de 2012

Horno


Hasta cuando hago travesías a pie termino por averiguar en dónde para el cementerio del pueblo y, si es caso, lo visito durante un buen rato. De hecho me se un buen número de trucos sobre dónde se guardan las llaves, cerca de la puerta,  para el uso reservado de los habituales.

En Camboya, buscando rastros como un perro,  me he pasado semanas atento a la proximidad de un entierro para indagar algo más sobre como despiden aquí a la vida. Sin éxito ninguno.

Y esta mañana, inesperadamente, me he sentido atraído por una puntiaguda torreta parecida a una chimenea, que se veía desde la carretera, en la parte trasera de un templo budista. 
Desde lejos parecía un edificio auxiliar. 

Me he aproximado para retratar la sombra de la aguja entre tantas nubes y tan blancas y al acercarme aún más he visto la boca de un horno crematorio.

El espacio parecía una casa limpia y vacía. Había dos raíles en el suelo por el que se deslizaba una camilla metálica con un fondo de rejilla. 

La doble puerta de hierro daba  acceso a un horno de ladrillo refractario y a una trampilla en el suelo, bajo el espacio de la camilla, por donde caían las cenizas.














Ahora ya sé que en mis largos paseos en bici he de estar atento a las columnas aisladas de humo y a las chimeneas.

También he buscado alguna información más sobre la cremación y aquí hay tantas corrientes religiosas y culturales que los ritos y creencias son muy diversos. Y también formas y momentos para el funeral muy diferentes: Por ejemplo al rey Sihanouk, muerto a mediados de octubre pasado en Pekin, no será incinerado hasta el mes de febrero próximo.

He aquí unas notas breves sobre el rito funerario budista: 
http://enmemoria.lavanguardia.com/cultura-funeraria/ritos-funerarios/ritos-funerarios-de-la-religion-budista.html




sábado, 1 de diciembre de 2012

Muslims

De los doce millones de habitantes de Camboya casi todos pertenecen a la religión budista. Solo una minoría, de aproximadamente doscientas mil personas, son musulmanes. Sobre esa singularidad hay que añadir la de que la mayoría de los musulmanes pertenece a la minoría Cham, procedentes del antiguo Reino de Champa, bien distinta de la mayoría Khemer. Vamos, que son raros. Eso mismo debieron pensar los jémeres rojos que les persiguieron con saña en la década de los 70.


Serán pocos y raros pero cada vez que abandono una ciudad del sur de Camboya y me adentro en el campo o bordeo la costa no hace falta ir muy lejos (ni tampoco puedo con una bicicleta de paseo) para encontrarme comunidades de musulmanes de la minoría Cham.

Hoy he estado al sur de Kampot, en la fish island, que es un delta de tierras bajas en el estuario del río. Las comunidades musulmanas que aquí viven se dedican al cultivo de los campos de arroz y de sal.

Los bancales de arroz tienen tanta vida por la mañana que se me ha escapado el tiempo volando y no he podido llegar en medio día hasta las salinas. Será en otro momento.