lunes, 26 de noviembre de 2012

Kampot

Acabo de llegar a esta cuidad y no me ha dado tiempo más que para buscar hotel y lanzarme a identificar y ponderar los lugares para aprovisionarme: Un taller de alquiler de bicis, un bar para el desayuno, un chiringuito para la sopa del mediodía, un comedor de cena sencilla y cosas así.

Kampot se ha desvanecido al atardecer y la población local ha desaparecido a sus quehaceres domésticos.

Han quedado tan solo dispersas ascuas de luz en la penumbra de las calles para cobijar a los turistas, saciar su hambre, encender su tabaco, y rellenar sus copas. "One more beer"

Trozos de luz.

He encontrado, también, el pedazo de luz blanca de un pequeño hospital






Hospital de Kampot




sábado, 24 de noviembre de 2012

Antes de la ciudad


 Sihanoukville antes de 1960 ni tan siquiera se llamaba así. Se llamaba Kompong Som.

El Rey Sihanouk en París, 1946
Y tampoco era una ciudad portuaria e industrial. Esta condición es la consecuencia de la voluntad de la Camboya independiente  de disponer de un puerto en aguas profundas y abandonar la dependencia de Vietnam y el tráfico marítimo a través del río Mekong.

La península en la que se asienta la ciudad no solo tiene una profunda y protegida bahía. También hay varias playas de arena clara y fina en el borde de un mar normalmente en calma. Es por esta gracia que la ciudad se hizo turística y atrajo desde mediados de los años 60 a trotamundos occidentales y, más tarde, a turistas de sol, playa y exotismo. Hoy en día lo que más abunda son rusos que viven a 9 horas de vuelo pero a más de 40 grados de diferencia de temperatura.


Este pedazo de Camboya, relativamente periférico y alejado de la capital Phnom Penh, tenía un carácter, antes de que sucedieran tantos cambios, que creo que no ha perdido. Eso sí, hay que buscarlo. 

Tejedoras de redes
Está más allá de las grúas, a unos kilómetros de carretera casi impracticable que no da más servicio que a unos pocos poblados de pescadores justo en la dirección contraria a donde se encuentran las playas.

He dedicado unos cuantos días a explorar estos lugares. Pedalear, mirar, comer, sacar fotos, sudar, oler cada rincón, dejar pasar las horas tórridas. Nada del otro mundo,  pero sin duda se deja mirar tal y como podría ser vista antes de que aparecieran tantos cambios.
Se trata de un mundo sencillo en el que todo lo necesario está a mano: si se descarga de pescado un barco aparecen manos para el trasiego, mensajeros con hielo picado para sepultar con frío a las capturas, mujeres de lonja para la venta de peces a pocos metros del muelle, reparadoras de redes, carpinteros de rivera, talleres para el mantenimiento de los motores marinos. Y así un sinfín de oficios sencillos y con apariencia de ancestrales.

En unos escasos 10 kilómetros hay cuatro poblados. Luego una playa perdida y vacía que no sirve para la pesca. Más allá ya no hay nada, ni siquiera carretera. Se termina el mundo habitado. El mismo que había antes de la ciudad.





Hun Sen Beach





martes, 20 de noviembre de 2012

La Gare de Sihanoukville


En la actualidad Camboya no tiene ningún tren de pasajeros en servicio. 

Estación de Phnon Penh
El el siglo XX se construyeron dos trayectos: el de Phnon Penh-Poipet en la frontera oeste con Tailandia, iniciado por los franceses en 1933 y el de la capital del reino a Sihanoukville a principio de los años 60, para dar servicio al reciente puerto de aguas profundas. La guerra en los años 70 y el abandono terminaron por suspender cualquier comunicación ferroviaria a partir de 2009.

La Railways Station de Sihanoukville parece un cadáver embalsamado. Casi desmantelada en su totalidad, sin vías, sin señales, sin material rodante alguno, el edificio de la estación se mantiene ennegrecido por el monzón pero en pié y, curiosamente, está durante todo el día custodiado por vigilantes. 


Railways Station of Sihanoukville

Bien podrían haber encomendado la protección de las instalaciones a cualquiera de las varias familias que han adaptado algunas dependencias como vivienda, tal y como sucede con el pabellón de aseos o las oficinas de despacho de billetes. Incluso alguien ha instalado un pequeño huerto en el amplio andén principal.


En algún momento, absolutamente imprevisible, la estación volverá a la vida porque en sus aledaños se apilan las traviesas de hormigón, los moldes de acero, raíles y sacos con piezas de sujeción y, a unos cientos de metros sobre la plataforma de tierra roja, aparece de improviso la vía armada sobre una capa de balastro esperando ser tendidos sobre la subestructura.

Una compañía australiana tiene la concesión para construir y gestionar los ferrocarriles de Camboya. 

Collanzo. Asturias. España 1950
Se parecen mucho las estaciones en desuso en cualquier parte del mundo. 

Hasta el mismo día en que dejaron de aparecer los trenes la actividad era completa aunque se pudiera notar que languidecía. Pero el día en que ningún tren llega tampoco lo hacen los viajeros, ni quienes vienen a esperarles. Todo empieza a quedar en silencio, a alejarse de la memoria de todos. Sombra decrépita e inhabitada.

No conozco el camino inverso. El regreso de una estación a la actividad. Horarios, relojes, taquillas, bancos, carretillas, trenes, viajeros. Acción!




Las vacas que transitan cada día por la plataforma tendrán que buscarse otro camino.



domingo, 18 de noviembre de 2012

Superpuesto


El modo de vida al que estamos habituados en España nos suscita muchas dudas de un tiempo a esta parte. Es la incertidumbre sobre si será sostenible en el futuro. En especial, sobre si habrá trabajo para que todos puedan desenvolver su vida como mejor les parezca.

Por mi edad, he asistido en este largo tiempo a la sustitución de unas actividades laborales por otras, de unos trabajos extinguidos por otros emergentes: la sustitución de braceros por máquinas recolectoras, panaderos de horno en cada pueblo por gasolineros cociendo con urgencia panes perfectamente congelados y así con infinidad de ocupaciones, sustituyendo al tiempo las maneras de vivir...

En Asia me llama poderosamente la atención, sobre este mismo asunto, el que, aparentemente, la modernidad no sustituye sino que se superpone sobre lo que ya existía.

Las formas de vida aquí cambian también y es seguro que unos trabajadores migran a las nuevas faenas en nuevos lugares, pero otras personas permanecen en sus viejos oficios y, como sus formas de vida, se quedan en donde estaban.

Es como si la transición a la modernidad se hiciera en Asia por un plano inclinado, poco inclinado, dispuesto como un mecanismo de adaptación largo y ancho. Por comparación, nuestro generalizado modo europeo de progreso parece una escalera con todas las de la ley. Y a la postre, ni siquiera sabemos ahora si sube o baja.

He observado que la superposición es común en algunos de los países del mundo que más crecen en la actualidad: Brasil. India y Tailandia.


Esta foto es de Sihanoukville, en el sur de Camboya, y muestra como los perfiles de un moderno puerto de contenedores ha cambiado el horizonte del pequeño poblado de pescadores que está a pocos metros. Pero las barcas subsisten.

Flota pesquera en Algeciras años 60
En los años 60 cada pequeño pueblo costero de Cádiz, tenía una numerosa flota pesquera de todos los tamaños, alturas y bajuras. Lo mismo sucedía en todas las localidades costeras de España. Por entonces se iniciaban las dos décadas brillantes de la construcción naval en la Bahía y de toda su envoltura industrial.

Ya no hay flota pesquera. Ha sido sustituida por una industria insuficiente y el desempleo. Si acaso en algunos despachos se intenta apurar la compra de alguna cuota más en caladeros más o menos remotos.

Caminando una mañana de verano, llegado a Calpe, hacía dedo al borde de la carretera para regresar hasta Moraira. Se paró una furgoneta y me subí. Acompañados por un intenso olor a pescado, e
l conductor y su padre hacían el retorno a su pueblo, al oeste de Almería, después de haber viajado toda la noche más de 400 kilómetros para traer pescado a vender en los pueblos de la costa de Alicante.


De todas formas, yo soy muy optimista sobre nuestro porvenir y pienso, como asegura Punset, que cualquier tiempo pasado fue peor.

lunes, 12 de noviembre de 2012

Calores


Cada vez que el calor amenaza con desbordarme recuerdo a mi padre sofocado y con aire de desesperación en Arbadua, la antigua frontera entre los protectorados español y francés de Marruecos unos kilómetros al sur de Alcazarquivir.

Apuntes localizados por Albertito en 2012
Mi padre, muy prudente en sus viajes cuando de pasar la frontera se trataba, debió encontrar una motivación extra para adentrarse tanto en el país en un viaje de un solo día y en época tan apurada para los calores como es junio o julio, no lo recuerdo bien.

El caso es que allí nos fuimos los 6, sobre el año 66 aproximadamente, en nuestro FordCónsul, con los enseres propios de una salida dominical: viandas ya cocinadas por nuestra madre, la manta verde para el suelo, un termo, un par de cojines y una pequeña nevera con bebidas.

Arbadua, poco más que un perdido e inoperativo puesto fronterizo,  a lo que más se parecía era a un desierto. No había más arboles que pequeños grupos de eucaliptos sedientos, de copas desmelenadas y tirando a calvas. Poca o ninguna sombra se obtenía de ellos sobre aquella tierra reseca. Por si fuera poco, mi padre en su sofoco y probable deshidratación, se ofuscó al armar el pequeño camping-gas que llevábamos, desoyendo las instrucciones, y aquella pequeña bombona azul salió dando tumbos mientras desparramaba su peligroso contenido.

Comimos pollo frío mientras todos nos asábamos en silencio en aquella tierra ardiente. Qué calor!!



El momento que he recordado me viene siempre a la cabeza cuando paso mucho calor. Y eso que, para tener la tranquilidad completa. en India llegué a comprobar experimentalmente que no se llega nunca a explosionar por mucho que nos pueda parecer un desenlace inminente. Jaisalmer, en Rajastan, es un lugar al que se puede sobrevivir todo un día, muy acalorado eso sí, después de disfrutar de unos persistentes 50 grados centigrados.

Ahora en Tailandia de nuevo viene Arbadua a mi cabeza. Sonrío mientras mi cuerpo hace amagos de rebeldía al comprobar que los 30 grados con más del 60% de humedad no remiten nunca. Ni de día ni de noche.

Yo trato de despistarme a mi mismo como se hace con los niños cuando, como mi sobrina Laura, se les mete una idea en la cabeza que no hay forma de sacar. Mi mejor recurso es comparar con lo que sería la temporada de calor de verdad aquí, a partir de abril: 40 grados y 70% de humedad. Eso consuela.


Pero esta historia tiene un buen final. Un epílogo de olor a tierra mojada y una declarada tregua del cielo que hoy, al fin, ha descargado en Ban Phe una tormenta breve pero intensa.

La temperatura ha bajado, el trasiego y el ruido de las calles se ha detenido, todas las miradas han quedado colgadas, como si fueran pájaros inmóviles en los cables, de los toldos despidiendo al agua, el asfalto ha vuelto al color negro original y mi cuerpo, al fin, se ha refrigerado.

Se respira tan bien.




domingo, 4 de noviembre de 2012

Trastienda

Miro y remiro mil veces lo que no conozco. Observo como un viajero con algunas pretensiones pero mi mirada es irremediablemente la de un turista que no sabe nada.
De las varias maneras de orientarse, ésta de mirar una y otra vez es una más y muy útil. Imprescindible cuando el país, como sucede ahora con Tailandia, me es completamente desconocido.

Mirando a fondo se descubren muchas cosas. Se entienden algunas y se quedan desveladas otras.
Hay una zona de Bangkok, marginada del centro real, que está acondicionada para los turistas. No muy bien, por cierto. Como sucede en otras partes, aquí han llegado a algunas conclusiones de como quieren ver la ciudad los extranjeros que la visitan. Y así la presentan para que la miren. Superponen decorados, añaden música occidental decadente pero reconocible y dan a todo una pobre y vaga mano del lejano oriente. Siam.

Estoy seguro de que el resultado es tan artificial como la calle mayor de Madrid.
En esencia los decoradores no han tenido que emplearse a fondo. Sabedores de lo que aplana el calor a los europeos, han sembrado algunas calles de terrazas con mobiliario de mimbre y ambientación asiática de los mismos tramoyistas de las películas de los años 70, como Emmanuel y otras. Los viajeros se tiran en varias tandas de horas, beben numerosas cervezas caras y miran lánguidamente a Bangkok pasar por delante.
En realidad, quienes pasan son viajeros como ellos que transitan de un bar a otro, o a un comedor o a un lugar de masaje o a tumbarse de nuevo unos metros más allá. No hay más. La misma oferta muchas veces repetida. Si paseas por la calle mirando, esto es lo que ves.

Pero a mi me gusta rebuscar en los callejones, tan frecuentes y caóticos aquí. Dice más la trastienda que la fachada.
Así resulta que cada terraza de mimbres y coctails tiene al costado su callejón de servicio repleto de fuegos, de alimentos, de trasiego de operarios.  Cocinas que puedes atravesar limpiamente. Bonita palabra.
 La cocina en pleno callejón, se ve venir, no tiene secretos, ni rincones, ni neveras ni limpieza alguna. Todo está a la vista.
Nadie parece apercibirse. ¿Quien quiere una verdad incómoda?

Al fin y al cabo las cosas son como habíamos pensamos que serían. Así está todo bien.