lunes, 26 de julio de 2010

Extremadura

Hace unos días eché mano de mi mapa Michelin uno un millón de Espanha-Portugal para trazar las rutas posibles de un viaje. Al menos dos alternativas que ofrecer a mi hija Carmen que con su chico, Manu, se irán en unos días desde Madrid camino del oeste hasta el océano al que siempre está mirando Portugal.


Ese viaje de los chicos me gusta por varios motivos: porque son una pareja joven y feliz que viaja por su cuenta, porque han elegido por destino ese país de cara y sentimiento que tanto me emociona y porque van en un Golf antiguo que es la segunda mejor manera de recorrer la península, después de ir caminando, claro está.

Pero con todo, lo que me empuja a escribir, a buscar fotos y a entrecerrar los ojos es que recorrerán Extremadura. La costa de Aveiro es un buen destino, pero esa región española inmensa es el ingrediente principal del viaje.

Tan hermosa que cuesta elegir una sola ruta. Yo he probado a hacerlo hoy con dos entre tantas: la que entrando desde Ávila por el puerto de Tornavacas desciende atravesando a trechos el río Jerte hasta Plasencia, la vieja ciudad de noches silenciosas y milenarias. Bordear luego el pantano buscando las laderas secas de Las Hurdes y la Sierra de Gata para perseguir el final de cualquier día en la quietud de Penamacor ya en Portugal.

La otra ruta transcurre por la ladera sur de Gredos, por la Vera, hasta llegar a Malpartida y el hundido verde del Tajo en Monfragüe. Luego el calor intenso de los Baldíos hasta alcanzar la atalaya portuguesa de Marvao.

Qué difícil elegir! Días largos de pisar la tierra entre los restos de las cosechas, de contemplar los ríos interminables y respirar el aire caliente a la sombra naranja del descanso de los alcornoques