domingo, 30 de diciembre de 2012

Mekong


Los sitios remotos que visito por primera vez están llenos de interrogantes. Como esas marcas que suben por la ribera del río desde el agua hasta las calles de la ciudad de Luang Prabang. Hoy estaban en 5 metros, pero las últimas anotaciones escalan hasta dar cabida a los 22. Cuesta creer que este poderoso río, del que tantos otros son tributarios, alcance en los meses de verano cotas tan elevadas, pero el viento monzón trae entonces desde el sur todas las lluvias imaginables.




Así que ahora, en la temporada seca, el río está en sus marcas más bajas y la navegación por él se hace difícil y necesariamente experta. 

Cuando los barcos que hacen largas travesías por el Mekong ya han hecho el embarque de todos los viajeros y de sus bultos y todo parece preparado para que abandonen al fin el puerto es cuando aparece el piloto. He observado le pericia de estos hombres que no abandonan en ningún momento el timón en singladuras de más de 7 horas y que llegan a conocer cada recodo, cada uno de los grupos de rocas, cada corriente y su empuje y cada maniobra para dejar o coger pasajeros en los minúsculos puertos de las riberas. Y todo ello a lo largo de más de 100 kilómetros de río.


Este río, como todos los grandes, me cautiva. Tengo la intención en este viaje de alcanzar el delta del Mekong, al sur de Vietnam. Acercarme en bicicleta por alguno de los nueve brazos por los que toda esa agua se desvanece en el mar de China después de recorrer más de 4.000 kilómetros desde la meseta del Tíbet.