Por mucho tiempo el barlovento de Fuerteventura trajo aquí tan solo olas y viento. No hace
tanto también llegó la
pequeña agricultura de secano y el pastoreo, el trasiego de arrendatarios y
pastores y algo más de un siglo de actividad humana.
El sonido de las caballerías
bajando desde La Degollada se ha desvanecido por completo desde hace siete
décadas y ahora son los neumáticos de los escasos coches de alquiler que se
esfuerzan en no salirse de la calzada de tierra y hoyos.
Ecos de los escasos pobladores de
este rincón de la Dehesa de Jandía. Pescadores de faenas empujadas por las
corrientes, pastores de cabras en busca del siempre escondido herbaje y
elaboradores de quesos, sufridos arrendadores atendiendo los escasos terrenos
productivos.
Nada queda ahora de toda esa
actividad salvo un camposanto marino en el límite de la playa. Ahí llegamos un atardecer de diciembre
abrigados del viento y sorprendidos por el inesperado escenario de las
fotografías del atardecer. No hay lápidas ni restos de piedra elaborada alguna,
tan solo arena, sencillas cruces de madera renovadas y pedruscos volcánicos
señalando las sepulturas.
No solo hicimos fotos. También
deambulamos entre los túmulos sin nombre ni tiempos de vida. Sintiendo el
viento en la cara, a la arena colarse en los zapatos y el sonido pacificador
del oleaje de barlovento.






