sábado, 10 de enero de 2015

Hacia Magallanes

Como perros en la carretera.

Si un ciclista que viene de frente se cruza y se va arrimando a tu lado al verte es que ya solo le falta menear el rabo. No puede ser más amistoso el gesto y tan de agradecer en esta estepa patagónica.

Así me pasó de buena mañana y por vez primera en este viaje, al salir de Cerro Chico en la segunda jornada del trozo Natales-P. Arenas. Como quiera que la ciclista me saludó en francés les fui dando hebra a una pareja entrada en años (más aún que yo) cordial y animosa que pilotaban un tándem. Cuando me preguntaron mi origen y les dije que era de España se terminó el francés. Vivían desde niños en Avignon pero eran de Lorca y Sevilla respectivamente. Les pasé una información valiosa sobre un buen lugar para descansar al termino de su etapa y les vi alejase llenos de ánimo. Seguro que luego tuvieron muy buenos pensamientos de vuelta.


Cada persona que encuentro en estas etapas alcanza de inmediato una gran categoría debido a la escasez de seres, humanos y de cualquier otra especie. Así sucedió el primer día desde Natales. Me deleitaba en el Hotel Rubens, un inesperado hotelito de campagne junto al río, con un café que estiraba para no volver al viento, cuando un viajero solitario chileno se me vino de frente a charlar sobre viajes, bicis, furgos, españoles y más cosas. Dejó una imagen en mi cabeza que me hizo disfrutar muchos kilómetros más allá del apacible Río Rubens: La de él y su padre acampando en vacaciones cerca de aquél lugar.

El viento arreció a mi espalda por la tarde, de modo que a las 3 ya estaba en Cerro Chico, a 92 km de la salida. ¿Podía seguir? ¿Aprovechar el viento favorable y cubrir esa tarde una mayor distancia? No. Dí por terminada la etapa. En este viaje afino cada decisión que tomo para ganar en seguridad, por eso me quedo en cada dilema del lado de la prudencia y así aminoro los riesgos. Pero no solo hay razones, también influyen emociones como el raro encuentro de una cafetería en el camino, entrar en un ambiente cálido en el que René me aseguró una buena cena y en donde tienen una casita, destartalada pero en pié, que puede utilizar el ciclista para pasar la noche.


En el segundo día me encontré tan recuperado que casi alcanzo de un tirón Punta Arenas. Hice 134 km. en el día pero, eso sí, los últimos bastante desvencijado. La culpa fue de un joven que encontré trabajando en una gasolinera en Gobernador Philippi, un solitario cruce de carreteras, y de un pequeño café que parecía cerrado y del que luego tanto me costó salir. El local era una cabaña caldeada llena de colecciones de coches en miniatura, cometas, máquinas de escribir y otros muchos enseres. Le cogí bebida al hombre y preparé mi bocadillo. Sin clientes en el surtidor, el chileno se me sentó en frente a hablar de mil cosas y aliviar su soledad, distinta de la del ciclista, pero seguro que más crónica. Al rato de conversar y ponerme al corriente de sus ideas de negocio me contó que le sacaba partido a las papas congeladas con una sencilla freidora. ¡Patatas fritas! ¿Aquí, en la carretera? Le pedí de inmediato una ración y me puso tantas que le persuadí para que me acompañara. Mano a mano los dos. Casi las terminamos!!


Debía haberme quedado en la gasolinera pero tenía una buena dirección para plantar mi carpa en las cercanías de Punta Arenas. Fueron tres malas horas de viento en frente y mucho tráfico. De esas en que el cansancio te manda avisos de agotamiento de sonoridad creciente: Un cambio mal hecho o a destiempo, una cuesta que se estira como goma, paradas más frecuentes, etc. Al fin llegué a Cabañas Jacqueline y allí estaba ella, sus padres y su abuela para darme un acogimiento familiar, que un ciclista que ha pasado las últimas trece horas en la carretera agradece como un niño un confortable regazo. Me dejé mecer.

Salí el viernes sin prisa alguna por hacer los 14,5 km restantes del tramo. Un paseo. Mi cabeza ya estaba organizando los suministros, un hostel confortable para regalarme un día de descanso, una lavandería a mano. Pensamientos de ciclista. El domingo me espera el Estrecho de Magallanes que cruzaré en un ferry rumbo a lo que aquí llaman "la isla", Tierra de Fuego.

He cubierto todo el primer tramo, de los 5 que tiene mi travesía, desde El calafate hasta aquí. 530 kilómetros con viento pero sin contratiempos.