viernes, 1 de febrero de 2013

Prejuicios


 Las referencias que yo tenía de Vietnam antes de este viaje no eran buenas. Por esa razón ni tan siquiera era un destino consolidado. A lo más una posibilidad incierta y terminal.

Salvo algún testimonio positivo la mayoría de viajeros con los que he hablado de este país en vivo no me han transmitido buenas impresiones. Se han sentido maltratados, al menos en algunas ocasiones, cuando no asaltados, engañados o menospreciados. Mal asunto.

Está también el asunto histórico. Esa contumaz 
victoria de los vietnamitas sobre dos países, Francia y EEUU, a los que yo admiro y cuyas derrotas me han conmovido. Desde Dien Bien Fu en 1954 hasta  la Ofensiva del Tet en 1968. Ni el Viet Minh ni el Viet Cong han sido nunca objeto de mis simpatías.

Así entraba yo en Vietnam hace un par de días: lleno de prejuicios antiguos y actuales.

Menos mal que estoy hecho a llevar bien  mis equivocaciones. Sin duda este es un nuevo caso.

Mis dos días en Hué están siendo una delicia. No solo he encontrado cordialidad en la gente sino, también, mucha simpatía, facilidad para reír, interés y ganas de que un extraño se sienta bien aquí. Además, los vietnamitas dan motivos continuos de sentir una sincera admiración por ellos y su manera de desenvolverse.

Además, está el importante asunto de los bocadillos. ¿Cómo no enterrar los prejuicios al comprobar que aquí los bocadillos son casi tan buenos como los entrepans en Provenza esquina a Cartagena, en Barcelona?

Hoy mientras me hacían un bocadillo camino de la costa he invitado a brazos a un chiquillo que no ha dudado en aceptar mi oferta sonriendo. Se llama Misa. Un vietnamita que no habrá cumplido aún un año. 

Creo que esta gente y yo, definitivamente, hemos hecho las paces.