viernes, 6 de agosto de 2010

Ciudades

Salvador de Bahía. Este recipiente de multitud de personas atareadas, esta maraña de casas, este orden y desorden al que llamamos ciudad no te deja que pases desapercibido ni por un momento. (oír musica)


Puede que esta ciudad me esté observando, mirando fijamente desde mi llegada. Debo resultar tan extraño en sus calles como un esforzado caminante de campo que todo lo observa minuciosamente para aprender. Hasta hago revisión una y otra vez de mi propia sombra para asegurar mi posición en relación a este sol extraño que se mueve de Este a Oeste pasando por el Norte.

Salvador me mira pero se resiste a darme la bienvenida. Aún medita si estoy de paso como un turista apresurado o voy a quedarme el tiempo suficiente para ser de aquí, aunque sea en la categoría más humilde de los residentes provisionales.

Siento como si muchas puertas no fueran a abrirse hasta que la incógnita de mis intenciones quede bien resuelta. Es posible que si no me lo gano no haya para mí Salvador de Bahía en la intimidad. Poco más conseguiré que un manojo más de calles de una ciudad de América. Impersonal.

Si no me abro yo mismo lo suficiente es seguro que nada se abrirá para mí que no sean los simples tornos giratorios instalados para contabilizar viajeros.

Cada mañana salgo de casa con el mejor espíritu, mi energía a punto de sobresalir por las costuras y tras 8 o 10 horas de mi particular trashumancia regreso sin siquiera un guiño de la ciudad, una promesa de aprobación, un "estamos estudiando su caso"

Me haré presente de nuevo en este domingo ocioso. Dejaré que la ciudad me vea pero tan solo caminando por su borde en busca de un barco. Me apartaré algo de la ciudad atravesando la bahía de Todos los Santos por ver si a mi regreso hemos avanzado algo. Salvador y yo, digo.

Paciencia.