lunes, 30 de septiembre de 2024

lunes, 2 de septiembre de 2024

Agua blanda



Llevamos los primeros días de septiembre viviendo sobre el agua del Lago Inle, en Birmania. Al parecer, el nivel del agua es el habitual, unos dos metros y medio por encima de la temporada seca. Pero no es es ese dato que importa a los habitantes de esta aldea, que ven como al inicio de la temporada de lluvias el agua empieza a apoderarse de las calles, incluso del piso de algunas casas, a pesar de estar todas ellas levantadas sobre pilotes de madera clavados en la tierra de entre tres y cuatro metros

En unas semanas no sólo es el pueblo el que se hace acuático. También los habitantes transforman por completo su modo de vida cotidiano. Las pequeñas motos que aseguran la movilidad en tierra se guardan en seco y en su lugar aparecen las barcas, con motor o sin él, que recuperan su utilidad haciéndose imprescindibles.

En este lugar los niños aprenden enseguida a manejar con su corto remo estas barcas negras, estrechas y largas que permiten ir a la tienda de avíos, al colegio o de visita a los parientes. Pero el juego colectivo desaparece, no hay tierra en donde compartir un balón. Incluso en los colegios todas las canchas y patios están anegados.

Aquí, para armar la comida de cada día hay que echar mano de las reservas, pues los campos de arroz son ahora inservibles y si acaso se dispone de hileras de tierra elevada y seca con tomates y otros vegetales cultivados desde barcas se pueden aprovechar estos huertos, pero de otro modo se depende completamente de los animados mercados locales, tan semejantes a los zocos árabes, en donde aparecen todos los productos provenientes de la tierra seca. De allí se obtienen también las carnes, como el pollo y el cerdo, que no es posible criar en el agua. Los peces se presentan en forma seca pues aquí no hay neveras y en cualquier caso la electricidad no es estable.

Las barcas, que también son el transporte público en estas aguas, surcan las inundadas calles durante las horas de luz y la noche trae un completo silencio como compañía a la densa oscuridad sin alumbrado general.

El enorme plano de agua que se ha estado agitando un tanto al paso de las barcas con motor al llegar la noche, casi quietas, reflejan tan solo alguna luz de las casas cercanas. En esos momentos y el las primeras luces del día el agua parece blanda  con su leve movimiento ondulado y su nulo chapoteo. Sin corriente alguna parece que encontrarás al levantarte idéntica porción de agua circundante que la que dejaste fuera y debajo de tu sueño.





Las fotos son de Nuria González





jueves, 14 de marzo de 2024

En invierno, al SUR


Cada comienzo de año contemplo con melancolía el invierno que me rodea y la larga espera de la primavera que queda por delante. 

Hay Trabajo. Muchos proyectos que planear como, en este año 24, la ruta hasta completar el camino del Río Ebro en bici desde Tudela, la caminata anual de los amigos de la Universidad, la caminata familiar con hermanos e hijos, el viaje veraniego con mis nietos y el menudeo de asuntos logísticos. Esto da bastante trabajo de encajar calendarios, hacer mapas, construir hojas de ruta, buscar alojamientos, preparar citas, redactar correos y otros muchos detalles.

Hasta ahí lo agradable. Hay que añadir que en esta década prodigiosa en la que me encuentro, también los médicos reclaman su tiempo, con pruebas, análisis y visitas.

Sentía en inviernos pasados que no aprovechaba suficientemente el tiempo. Tenía que hacer algo al respecto y así, ya desde las semanas finales del año pasado, empecé a desplazar las nuevas citas de salud a marzo y a arrancar con mucha anticipación los preparativos de los proyectos del año nuevo. Fue así como conseguí liberar febrero, un mes poco apreciado por todos: ni caminatas, ni encuentros de amistad, ni convocatorias familiares, ni bautizos, ni bodas.

Febrero es un mes de refugio. Es tiempo de encerrarse en casa esos días tan cortos, de sacar del armario todas las utilidades para enfrentar el frío, leer mucho el que tenga esa costumbre, de dormitar ante alguna pantalla, hacer comidas contundentes y, sobre todo esperar sentado a la Primavera.

Por todo eso pensé que tenía que ensayar una innovación: viajar en Febrero. Todo el mes.

Viajar te ofrece cada día un aprovechamiento completo de las horas. Descubrir lugares que no conocías o que si ya habías estado ahí nunca fue en invierno.  Prestar atención a los detalles de la vida cotidiana de los pueblos. No tener prisa para nada ni sentir la de los demás como sucede en las épocas mas frecuentadas.

Mi California no tiene calefacción para pasar una noche a temperatura aceptable en cualquier parte, así que se imponía fijarse en el SUR para encarar tierras más templadas.



Viajando con Valentina, la VW California, casi todo lo que sucede es improvisado, ventaja de tener vehículo, alojamientos y demás en el mismo ingenio. Por eso , hice un esbozo general y el resto fue surgiendo. Bajé desde Barcelona a Valencia, por la A7, me adentré en La Mancha por Albacete, fui en busca de Andalucía a través de Úbeda y Linares. Luego Carmona, recorrer la provincia de Huelva con destino a la Vila Real de Sto. Antonio, ya en Portugal, y terminar la ida en Faro (Algarve)

Visité a mis amigas Elia, João y Xana; recorrí a pie las últimas etapas del Camino natural del Guadiana, me instruí en las Minas de Santo Domingo y sus puertos fluviales de Pomarão y La Laja, y salí animado de Portugal en busca de Nuria que se vino un fin de semana largo hasta Sevilla y desde allí dimos un recorrido tranquilo por la Sierra de Aracena. Por último viajé de regreso a casa deteniéndome en las Lagunas de Ruidera , en Albacete, para caminar las primeras etapas del Río Guadiana.

En total fueron 28 días y poco más de tres mil kilómetros los recorridos. Y claro está, llegué a casa en marzo, con la primavera de compañía.

Este es un vídeo del viaje. PICA ESTE ENLACE







lunes, 2 de octubre de 2023

Baler

  


 Hace 20 días no sabia en donde estaría ahora. Pendiente de unos resultados médicos, a diez mil kilómetros de distancia, me deslizaba por el viaje a Vietnam sin tan siquiera un billete de avión de vuelta, ni tampoco una ampliación de la estancia en Asía. Vivía la incertidumbre aunque sin agobio.

   La llegada de los resultados me cogió desnudó. Solo llevaba puesto el propósito de ir a Filipinas si se podía y nada más. Ni billetes de avión, sin un mínimo plan de viaje, ni reserva alguna de alojamiento y sin el imprescindible billete de salida y vuelta a casa.

   Entonces tuve que componer este viaje sobre la marcha. Saqué mis billetes de avión, extendí la cobertura temporal de mi seguro de viaje y reservé los primeros días de alojamiento en Manila. También eché mano de algunas lecturas previas, de un interesante recorrido de Ramón Vilaró en su relato periodístico “Mabuhay. Bienvenidos a Filipinas” y pocas referencias más. Si acaso, no incorporar las islas menores por los largos desplazamientos y mi desinterés creciente por la vida playera. Me centraría en Luzón.

   Pero lo que lleva más tiempo, trazar un mínimo plan de viaje no lo tenía. Qué raro para alguien tan minucioso o como dicen en Argentina, “proliijto ”. Con esos mimbres armé con urgencia el itinerario: 6 objetivos para 26 días. Manila, Baler, Baguio, Benaue, Sagada y Vigan. Los temas que me planteé fueron tres: la huella de la presencia de los españoles en Filipinas, la vida rural y los empeños de los constructores de arrozales en terraza y, por último, la inspiración del fotógrafo Masferré y sus imágenes de los pueblos indígenas de la Cordillera.

   Salí de Manila y de su caos de los primeros días que, prácticamente, los pasé refugiado en Intramuros, el recinto histórico amurallado con tráfico restringido y en la biblioteca del lnstituto Cervantes.

   Un autobús nocturno me trajo a Baler, la primera parada del viaje por Luzón.
Baler es conocida en estos tiempos por los tifones que la azotan con inclemencia en su costa llana y abierta al Océano Pacífico. En otros tiempos fue el pueblo donde tuvo lugar la resistencia, al únoco amparo de una iglesia, de los “Últimos de Filipinas”

   También llamados “los héroes de Baler” resistieron un asedio de guerrilleros indígenas prácticamente durante un año en 1899. Se da la circunstancia de que la guerra insurgente contra las tropas españoles había terminado un año antes y mediante el Tratado de Paris España vendió simbólicamente a los Estados Unidos el archipielago por unos pocos millones de dólares. En el paquete se incluían Guam y Puerto Rico.


   Aquella resistencia numantina e inútil de un puñado de soldados ha permanecido en el recuerdo más aquí, en Baler, que en España, en donde la gente más joven desconoce esta historia. No así en esta pequeña ciudad que tiene un interesante Museo casi por completo dedicado a aquel episodio y que celebra cada año una fiesta de hermandad de los contendientes.


   Años atrás se rememoró la resistencia y sus padecimientos en una película de 1945 de cierto éxito, especialmente por la canción compuesta ex profeso para la cinta “Yo te diré”. También más recientemente, en 2016, se filmó una nueva película con un distinto enfoque: “1898. Los útimos de Filipinas” que tuvo apenas trescientos mil espectadores.

   Mis días aquí han sido provechosos y no solo en lo que a rememorar aquellos sucesos se refiere. He superado una amenaza que sobrevuela al viajero de mochila y es reservar con poco tino un alojamiento inaceptable, por debajo de mis umbrales de confort, ya de por sí bajos. Las carencias del lugar, empezando por no disponer de agua corriente, eran descritas sin vergüenza por la propiedad como “el típico campamento filipino”

   También he sacado jugo al alquiler de una scooter, que me ha permitido desenvolverme por los alrededores y empezar a entender algo la manera de vivir de estas gentes de la provincia costera de Aurora. Singularmente en domingo muchas familias alquilan una palapa en la playa y pasan el día compartiendo los guisos y bebidas que han traído de casa. En mi recorrido, me acerqué algo hambriento a un puesto en el que vi viandas y que interpreté como de comida de calle. Allí que me senté y comí frugalmente. A la hora de ir a pagar, ante su negativa a aceptar ningún dinero, comprendí que me había auto invitado a la comida dominical de una familia.


   Por lo demás el viaje se ha ido asentando. Sucede esto cuando te empiezas a adaptar, desenvolviéndote en las rutinas diarias que te dan tanto amparo: los horarios de los filipinos para las comidas y para aprovisionarse en el mercado, las costumbres en la caída del sol y, con ella, la recuperación de una temperatura más humana.

Ya tengo más confianza en esta aventura, en gran medida improvisada, y encaro los días que me esperan en la Cordillera con algunos imprescindibles conocimientos de los transportes y sus usos, el modo de vida de la población, el manejo del peso filipino, los alimentos disponibles y cosas así.






sábado, 23 de septiembre de 2023

Cordillera

  En Banaue las laderas son tan empinadas que más parece que te descuelgas cuando las bajas.

Me ha costado encontrar un lugar del que no se hubiera apoderado el turismo y sus imprescindibles asociados: transporte, guías, recuerdos, etc.

   Mi pequeña exploración se ha desenvuelto en Tan-An y sus arrozales. Hay que ponerse en manos de Maps.Me porque no hay carretera para llegar allí. El trazo punteado no es más que una sucesión de escaleras de cemento con peldaños desiguales y tan empinadas que no serían practicables si no fuera por las barandillas.

   He buscado con denuedo un palo que compensará mis desequilibrios y me protegiera en el descenso. Tan-An es un poblado de unas treinta casas que no parece haber variado de tamaño en las décadas pasadas.

   No queda a la vista ni un solo techo de paja de nypa, lo que me hace pensar que las labores constantes de reparación y mantenimiento no resistieron los nuevos tiempos de la económica y duradera chapa ondulada. Otro tanto se puede decir de las maderas locales con las que estaban hechas las chozas y de las que apenas quedan unos paños. En lo fundamental las casitas están reconstruidas a base de cemento y algunos paneles de fibras.

   Más allá de las decenas de casas desordenadas están los campos de arroz y todas sus redes de canales para anegar las terrazas. Son parcelas pequeñas y las lindes sirven de estrecha senda por la que seguir el camino. No se en qué fase está ahora el cultivo pero las figuras que de lejos identifiqué como espanta pájaros resultaron ser de cerca una madre y dos hijos recogiendo espigas sueltas entre las hierbas secas de la cosecha.


   Mis intenciones de hoy eran las de completar un circuito cerrado, pero caminar entre arrozales es muy lento, por lo que advertí con tiempo que sería difícil terminar la ruta, di la vuelta y  volví al poblado.

   Me aventuré por un extremo del núcleo que no tenía salida y fui a dar con varios grupos familiares a la hora de comer. Se sorprendieron limitadamente al verme llegar pero detuve mis pasos de visitante curioso e inesperado y los cambié por los de alguien que viene a quedarse un rato.

   Busqué asiento en uno de esas incómodas tablas arrimadas a una pared que no levantan un palmo del sueldo.

   Estando más a tiro se animaron a hacerme las preguntas que se hacen al forastero: que de dónde vienes, que donde me hospedó, qué me parece Filipinas.

   El grupo era numeroso y por ser sábado sin escuela había abundancia de niños y también varias madres. Serían 12 personas, probablemente emparentadas, en un rincón callejero no más grande que un dormitorio. Más alejado, semi ocultos detrás de un horreo, había otro grupo de hombres que bebía alcohol. Y todo los que pasaron por delante de mí de un lugar a otro mascaban moma, que es como llaman aquí al betel.


   Era poco más tarde de las 12 y todos comían. Entraban en una casita en donde supongo que estaban las ollas y salían con un cubierto en la mano y un plato con arroz y trozos de pollo. Quisieron saber si querría comer con ellos y conseguí que me pusieran rice sin nada más con el truco de decir que soy vegetariano.

   Agradecí la invitación y comí con buena cara y ritmo mi ración de arroz. Al terminar hice lo que ya había visto: Agacharme junto a la boca de una manguera y lavar con una mano el plato y la cuchara.

En la sobremesa traté de conquistar a algunos niños pequeños con el truco de la moneda que desaparece en la mano y reaparece en la oreja de cualquiera. No hubo manera. Recelaban de mi y o bien pasaban por delante sin hacerme caso o retrocedían con desconfianza.

Pasé un buen rato allí hasta que no solo se agotaron las preguntas sino casi todas las miradas. Sonreía, me movía muy lentamente y trataba de sentirme un poco como uno de mis anfitriones, pero no conseguía otra cosa que poner mi pensamiento en especulaciones sin sentido: cómo podía haber tantas madres tan jóvenes, cuál sería el parentesco, como podía un niño de diez años mascar moma. Cosas así. Me era imposible sacar de sus miradas algo más que los gestos propios de la cortesía.

Me levanté despacio, cogí mi palo, di las gracias y salí lentamente de aquel rincón suficientemente inspirado como para escribir estas líneas.




sábado, 17 de junio de 2023

jueves, 20 de abril de 2023