Los vietnamitas celebran el año nuevo, en el calendario
lunar, con la fiesta del Tét.
Este año ha empezado el día 10 de febrero y, aunque oficialmente son
cuatro días, parece que la agitación no terminará hasta pasada la semana.
Como los prolegómenos de las fiestas los viví en Hué, al
norte, y el final me encontrará en Vienh Long, en el sur , he asistido a las
más diversas manifestaciones del Tét, como corresponde a un país con más de 90 millones de
habitantes.
En todas partes se asean y pintan las tumbas que están
repartidas por los campos y las lomas. En Hué las calles se llenaban de viveros
improvisados en los que se vendías flores amarillas, crisantemos, o flores rosas que no se
distinguir. Frente a cada casa se
instalaban altares cubiertos de comida, presentes e incienso. En Hoi An los puentes se decoraban con luces y artefactos pirotécnicos listos para celebrar la llegada del año
nuevo. En Da Lat unos enormes globos
rojos se vendías con profusión entre los viandantes y aquí en el Delta, al fin,
en cada casa se celebran comidas tumultuosas.
Así es. Se invita a los parientes y amigos, se unen los
visitantes que vienen por unos días desde las capitales y se organizan comidas
alegres en las que, es muy posible, que se amenicen con un karaoke en el que
todos, en su turno, entonen emocionadas canciones tradicionales.
En una de ellas me he visto completamente involucrado porque
paré a por algo de beber en la larga travesía en bici de una isla en el río.
Tres eran las mesas principales: hombres, mujeres y jóvenes.
La comida estaba en platos no muy grandes conteniendo pescado, pato o cerdo y
que había que combinar en cuencos individuales combinando con fideos de arroz.
La bebida, abundante, era cerveza enfriada llenando los vasos de hielo.
Claro que sentí el calor de una hospitalidad semejante, pero
por un momento me vi, también, como un raro adorno para la fiesta. No me importó demasiado, pero solo ellos
lo saben.