Viajé ayer de Hué a Da Nang en tren. El
mío era el SE 1 que llega de Ha Noi a las 8 de la mañana.
El trayecto, de poco más de 100 km. y algo
más de tres horas, salva el puerto de Hai Van bordeando la costa mientras le es
posible y atravesando luego, con decisión y túneles, hasta la cara sur de este
espolón de la cordillera Truong Son que se adentra en el Mar de China, al norte
de la bahía de Da Nang.
Dice mi guía de viajes que si se cruza este
puerto en invierno, como es el caso, se atraviesa una línea invisible que
diferencia el clima del norte del que tiene el sur de Vietnam.
El puerto protege al sur de los fuertes
vientos chinos que hacen que Hué, por ejemplo, sea un lugar fresco y húmedo en
esta época. Mientras que cuando el tren horada los últimos metros de Hai Van el
aire seco y cálido del sur llega hasta la cara. En efecto, la línea de cambio
de clima es invisible pero existe.
Precisamente hoy, al despertar, he recordado
que se cumplen 100 días de mi viaje a esta parte de Asia. En mi pequeña
historia personal ésta era una línea que deseaba traspasar.
No hace tanto que hago viajes largos y soy muy
consciente de sus luces y de sus sombras. Había sentido ya el peso de los
muchos días fuera de casa y albergaba mis dudas sobre si sería capaz de
vérmelas con grandes viajes. Tres cifras es aún una cantidad que me intimida
pero he sido capaz de adentrarme hoy en ella sin daños.
A diferencia de la línea del cambio de clima hoy
no he sentido nada memorable. Puede que esa sensación, la normalidad, sea la
mejor. Mi clima es bueno a los dos lados de la línea de los cien días y lo que
me espera es más días de Vietnam, mantener mi espíritu en calma y seguir bien
atento a cuanto me rodea.
Volveré esta noche junto al río de Hoy An a
mirar las candelas flotantes alejarse con la corriente, viendo como rasgan la
oscuridad del agua e iluminan mis días venideros.