Eugenio no me dio una respuesta clara cuando le pregunte que si podía armar mi carpa en algún rincón cerca de su bar.
Había llegado a Chapala hacia unos minutos y aún sudaba la fatiga de 35 km de terraceria rota, pedregosa y endiabladamente empinada. Bebía una sopa instantanea mientras esperaba que los camioneros del local liberaran de su atención a Yuyin, que es como todo el mundo conoce a este nieto del genovés Grosso que llegó atraído por el fulgor de la minería.
Yuyin me miró a conciencia antes de contestarme. Me hacia un chequeo rutinario, nada personal. Echaba cuentas de como andaba mi depósito de vida!!!
Al mostrarme el porche en el que podía armar mi pequeño hotel me habló del ciclista argentino y solitario que con 74 años llegó una tarde hace años a pasar la noche. A los dos días, como el hombre no daba señales se asomaron y lo encontraron muerto. Un infarto según el forense.
Yuyin quedó escarmentado de los engorrosos trámites a los que le obligaron los federales y los juzgados de Tijuana. Desde entonces sólo permite acampar a dos o más ciclistas para tener testigos que se ocupen de los desastres.
Así que después de mirarme bien me aceptó en su terreno. Me contó la historia y se confió en que sería el primer solitario en acampar desde entonces. Yo le asegure convincente que no tenía pensado morir esa noche. Y así fue.
Bien temprano me despedí a voces de Eugenio, que aún permanecía en la cama: el ciclista español está vivo y sale ya para Guerrero Negro!!!
Pensando en el argentino me construí un pequeño relato: verano, mucho calor, una jornada larga, extenuante, un sueño interminable. Caliente dentro de su saco, posiblemente bien cenado, el ciclista terminó su vida en un instante. Es buen final para un ciclista.