Hoy he echado el segundo día en una furgoneta atestada de gente.
Gracias a que luche
denodadamente antes de iniciar el viaje me hice fuerte en una plaza delantera, que si bien quedaba embutido como una manzana en una caja de fruta, evitaba que la
sobreocupación aprisionara sin respeto alguno tus piernas.
Así seis largas horas desde Kon Tum hasta
Danang. Desde el interior hasta la costa atravesando mesetas, junglas y algún
puerto de montaña. He resistido bien y a las 5 de la tarde, al llegar a la costa, aun me quedaba
energía para enlazar otro transporte hasta Hué, mi destino de hoy.
Le he hecho frente a la colocadora del bus,
una mujer mal encarada y gritona que en cuanto ha visto que yo no era de aquí
me ha agitado un billete de cien mil dong en la cara (5 dólares) Un bonito mensaje para mí
de que, por ser western, he de pagar el doble que cualquiera. Esta pequeña batalla ha sido
breve y obtenido el descuento de la dignidad me he sentado sacando las piernas al pasillo por no ser para mi talla la reducida distancia entre las filas.
Al arrancar me han ofrecido otro sitio junto a
una chica joven que escuchaba música con su móvil. Ha sacado su libreta y ha
escrito para mí:
_Do you want to listen to music?
Le he cogido el boli y he escrito un poco más
abajo:
_Thank you.
_Whats is your
name?
Y la chica ha escrito con cuidado:
_Phuong.
Cansado, rodeado de gente dentro del autobús
y un infierno de motos en la calle, escuchando la música occidental y
disfrutando del gesto de esta joven me he puesto a llorar tan campante.
Mientras, progresamos hacia el norte y miro
el cielo apagarse sin hacer escándalo. Mi compañera hace ejercicios de
matemáticas, la carretera ya es abierta y anochece sin remedio. Me dejo llevar.
Parece como si Vietnam me recogiera como a
uno más.