martes, 4 de mayo de 2010

Rumeji


“la franqueza se debía a la seguridad de que no volveríamos a vernos”

Este hombre reseco como una rama de estos campos me hablo en portugués en cuanto me echo el ojo, sin preguntar siquiera. En Fudam me senté junto a el en una confortable hamaca y conversamos un buen rato.

Nacido en Diu, en 1933, Rumeji acepto la oferta de los portugueses para ir a trabajar a Mozambique, como hicieron otros muchos indios de esta zona.

Empequeñecido por la edad el hombre pugnaba por recordar a los ojos del forastero que el había hecho otras cosas durante su vida, además de vigilar un kiosco de chucherías que atendía en ausencia de su hijo.

Allí, a la costa Africana, se traslado con toda su familia a Kanimambo que es hoy un apetecido destino para los turistas de la Republica Sudafricana.


Allí paso 25 años bajo la formula de “casa, comida e roupa lavada” que es como llaman los portugueses a laborar y vivir en el lugar de trabajo, como los españoles en las vendimias francesas.

Mi companero africano me miraba entretenido en este mediodía de sábado porque, como el dice: Gosto de falar portugues. Yo pienso exactamente lo mismo.

Sin que yo se lo preguntara me dijo que regreso tras la Guerra de independencia de Mozambique porque los africanos no querían mas ni a los indios ni a los portugueses. Pero a ellos, decía mirándome, no les gusta trabajar.

Para compensar esa imagen de haraganería de los africanos le hable de la pujanza de Angola y de como en los últimos años se había convertido en destino de emigracion de muchos nordestinos del Brasil.

 
Le pregunte por los nietos que le merodeaban, por sus hijos nacidos aqui y alla, por los asuntos mas cercanos como la iglesia de Fudam, cerrada y maltrecha. Me contó que intentaron hacer un hotel pero que a la llegada del nuevo cura lo mando cerrar, al darse cuenta de que era aprovechado por hombres que llevaban allí mujeres a fornicar y eso no parecía lo mas apropiado para una iglesia. 

Quede pensando un momento sobre la multiplicación que representa la estricta idea sobre el sexo de los indios, la visón de un cura católico e indio al respecto y, todo ello, en esta pequeña población rural.

El sábado hizo amago de dejarnos allí junto al muro conversando pero yo me di cuenta de como aligeraba el paso con las horas de la la tarde. Me despedí alegre de Rumeji y tome el mismo camino del sol poniente hasta encontrarme con la playa de Nagoa.