lunes, 5 de marzo de 2018

Sur de Honduras

Me dejó mecer a esta hora  por el viento que recorre los manglares del Golfo de Fonseca. 

En un descuido, hasta sueño que el aire se hará fresco en un rato. Un sueño refugio e imposible. Se ha puesto al fin el sol para darnos un descanso y en San Lorenzo anochece. 

Se van deshaciendo las últimas horas del domingo.






























El agua chapotea bajo estos pequeños palafitos que asemejan satélites de un bar de costa. Hay más sonidos pero no les presto atención. Esta calma refrescante surca, cuando escribo, mi primera noche hondureña.
Los miles de grados que me atizaron desde temprana hora, por atrevido, en la carretera Panamericana me han dado la oportunidad de conversar con estas gentes en cada obligado y asfixiado descanso. 

Sus nombres: Carlos, quien ya había tomado 10 cervezas a las 10. Beresina, maestra de Nacaome, estudiante en Madrid,  que había sacado a su madre a visitar a sus parientes. El asador de pollos que orientó mi búsqueda de hotel en San Lorenzo. Y al final, como leño ardiente que necesita playa, di con Carlos, sevillano inmigrado, que por achicarme el precio del hotel Rivera terminó por aplicarme tarifa de tercera edad y cobrarme solo una de las dos noches que voy a pasar aquí. En el corazón del Sur de Honduras.