Cada vez que
el calor amenaza con desbordarme recuerdo a mi padre sofocado y con aire de
desesperación en Arbadua, la antigua frontera entre los protectorados español y
francés de Marruecos unos kilómetros al sur de Alcazarquivir.
Apuntes localizados por Albertito en 2012 |
El caso es
que allí nos fuimos los 6, sobre el año 66 aproximadamente, en nuestro FordCónsul, con los enseres propios de una salida dominical: viandas ya cocinadas
por nuestra madre, la manta verde para el suelo, un termo, un par de cojines y
una pequeña nevera con bebidas.
Arbadua, poco
más que un perdido e inoperativo puesto fronterizo, a lo que más se parecía era a un desierto. No
había más arboles que pequeños grupos de eucaliptos sedientos, de copas
desmelenadas y tirando a calvas. Poca o ninguna sombra se obtenía de ellos
sobre aquella tierra reseca. Por si fuera poco, mi padre en su sofoco y
probable deshidratación, se ofuscó al armar el pequeño camping-gas que
llevábamos, desoyendo las instrucciones, y aquella pequeña bombona azul salió
dando tumbos mientras desparramaba su peligroso contenido.
Comimos pollo frío mientras todos nos asábamos en silencio en aquella tierra ardiente. Qué calor!!
Comimos pollo frío mientras todos nos asábamos en silencio en aquella tierra ardiente. Qué calor!!
El momento que he recordado me viene siempre a la cabeza cuando paso mucho calor. Y eso que, para tener la tranquilidad completa. en India llegué a comprobar experimentalmente que no se llega nunca a explosionar por mucho que nos pueda parecer un desenlace inminente. Jaisalmer, en Rajastan, es un lugar al que se puede sobrevivir todo un día, muy acalorado eso sí, después de disfrutar de unos persistentes 50 grados centigrados.
Ahora en
Tailandia de nuevo viene Arbadua a mi cabeza. Sonrío mientras mi cuerpo hace
amagos de rebeldía al comprobar que los 30 grados con más del 60% de humedad no
remiten nunca. Ni de día ni de noche.
Yo trato de
despistarme a mi mismo como se hace con los niños cuando, como mi sobrina
Laura, se les mete una idea en la cabeza que no hay forma de sacar. Mi mejor
recurso es comparar con lo que sería la temporada de calor de verdad aquí, a
partir de abril: 40 grados y 70% de humedad. Eso consuela.
Pero esta
historia tiene un buen final. Un epílogo de olor a tierra mojada y una
declarada tregua del cielo que hoy, al fin, ha descargado en Ban Phe una
tormenta breve pero intensa.
La temperatura ha bajado, el trasiego y el ruido
de las calles se ha detenido, todas las miradas han quedado colgadas, como si fueran pájaros inmóviles en los cables, de los toldos despidiendo al agua, el asfalto ha vuelto
al color negro original y mi cuerpo, al fin, se ha refrigerado.