Hemos pasado buena parte de la mañana visitando el palacio de Udaipur que es enorme y en el que aun reside, en una de sus alas, el actual maharaja.
Entre plantas y frescos patios se van sucediendo salas y dependencias que resumen muy bien los lujos de su época. Desde los paramentos cubiertos de espejos de cristal belga a los escritorios acondicionados con los primeros ventiladores de correas de cuero.
Los paneles informativos con los hitos heroicos de los lideres de la dinastía Mewar me han hecho pensar en las generaciones de habitantes ignotos de esta hermosa ciudad.
Mientras allí en lo alto de la colina pasaban apacibles los días entre estanques y brisa fresca, ahí abajo las gentes se parecían a las hormigas de un jardín: numerosas, pequeñas, negras y laboriosas......
Aun hoy es así.
Anochecía y cuando paseábamos por calles estrechas y nos alejábamos de las altas verjas del palacio había una agitación vibrante en todas partes. Veredas que se recorren mil veces y ocupaciones que no cesan mientras quede algo de luz.
Nosotros mismos éramos entonces hormigas foráneas en busca de alimento, siguiendo las señales que han dejado otros en el suelo, acercándonos precavidos al hotel, a nuestro propio hormiguero de paso.
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