Documentos de Viaje

jueves, 12 de agosto de 2021

Camino del Norte

Para mí el viaje es una disposición solitaria al encuentro de lo ajeno, a la búsqueda paciente del reflejo de uno mismo en lo que me rodea. 

Los hallazgos aún se hacen más intensos si el desplazamiento es caminando. Paso a paso. Esos episodios, muchas veces largos en horas y agotadores de fuerzas, en los que sin embargo se recorre poca distancia, unos escasos 25 o 30 kilómetros.

Esta travesía ya concluida del proyecto península ya era la decimoctava caminata desde los inicios en 2009. Casi todas han sido en solitario pero en la más reciente casi han sido la mitad las jornadas que he compartido con otros.

Durante las semanas de preparación fui añadiendo a mis etapas, además de hitos de paso, características y alojamientos, deseos o pequeños objetivos de encuentro, fueran familiares o de amistad.

Santander, a mitad del recorrido, propiciaba toda clase de conexiones, de modo que otros caminantes se incorporaban con facilidad a mi ruta y se desprendían del trayecto a su conveniencia una vez cumplido el propósito.

Los primeros compañeros fueron mis hermanos Alberto y Pío. El primero, Cuérigo (Asturias 1962) es ya un compañero habitual, de tres etapas, en las travesías recientes. Animoso y positivo siempre es enriquecedor caminar con él. Pío, Tetuán 1959, es un caminante cotidiano en su ocio urbano y un avezado y competente andarín en las montañas asturianas. No costó convencerle de que se uniera a nosotros y, inevitablemente, abrió camino en la intrincada geografía vizcaína. Un fraternal y gran equipo.

Desde Bilbao a Santoña recuperé mi cadencia de caminante y el apacible ritmo del pensamiento unas veces sereno y otras bullicioso. 

Bajo la amenaza de la lluvia se incorporó al camino mi hija mayor, María, que ya me acompañó en el camino de sirga del Canal de Castilla. En muy buena forma María te mantiene alerta y más que entretenido con su animada conversación, proyectos, ensoñaciones y toda clase de utillaje de su amueblada cabeza. Discrepamos en la elección del alojamiento: yo empeñado en pernoctar en el concurrido albergue del Abuelo Peuto y ella en buscar un hotelito rural con encanto. Me salí con la mía por los pelos J

Batidos por el viento recorrimos los últimos kilómetros sobre los acantilados de Langre hasta alcanzar en la bruma el solitario embarcadero de Somo. Los caminantes alcanzaron a paso vivo el refugio de las nietas y la bonita casa de María.




El relevo de mi hija fue fruto de una iniciativa de algún tiempo atrás para sacar a un viejo amigo de las sombras del dolor, siquiera fuera por unas horas.

Mi nuevo compañero, Alfredo, se incorporó a la travesía en Santa Cruz de Bezana. Caminante cotidiano de paseos cortos se incorporó resuelto a una etapa bastante larga. Casi no sentí la distancia enfrascado en nuestra conversación que, por momentos, parecía una continuación de cualquiera de nuestras pláticas anteriores, en tantos años de compartir los despachos de Educación.

Me hubiera gustado seguir camino de Asturias con el amparo de su compañía pero, a pesar de la invitación a continuar de su mujer, Alfredo fiel a sus planes decidió volverse a casa.

A partir de Santillana mi caminar sigiloso discurrió en solitario por las pequeñas carreteras y caminos de los confines occidentales de Cantabria. Comillas, San Vicente, Unquera…

En un Albergue de La Franca compartí alojamiento con tres jóvenes y al día siguiente coincidí con una de ellas en desbrozar sinuosas y fatigosas sendas costeras hasta alcanzar Llanes.

Más adelante, terminé compartiendo etapas y alojamientos con dos jóvenes de Huelva animosos y llenos de energía que en algún tramo debieron dejarme atrás para que recuperara el aliento. Con todo, era una inspiración caminar con Cristina y Alex y ponerme al tanto de sus proyectos, tan extensos como para ocupar la larga vida que tienen por delante.

Cumplida la décimo octava etapa caminé un trecho al despuntar el día hacia La Laboral de Gijón, meta de mi empeño por esta primavera.

Ya puedo mirar el final cercano de mi aventura de caminar todo el perímetro de la Península Ibérica desde Port Bou a Irún. Apenas me quedan por delante dos travesías: la que continuará por el norte desde Gijón al cabo de Finisterre y la que cerrará el recorrido mediterráneo desde Gandía al cabo de Palos, en Murcia.

Confío en conservar la energía para emprender nuevas caminatas, aunque sea en proyectos más pequeños.