Documentos de Viaje

lunes, 26 de marzo de 2018

Árboles con nombre



Cuando yo aún no tenía padres, el que luego sería el mío hacía sus viajes a caballo por los caminos para visitar las aldeas de la meseta del Kert. Este interventor adjunto, de poco más de 30 años tenía la tarea de reunirse con los notables, recabar información del caid y anunciar las pequeñas obras que el Protectorado de España en Marruecos se proponía acometer.


Cuando ni siquiera había aduar o aldea, si no un lugar de mercado o zoco la reunión se hacía bajo un árbol o se armaba una tienda y se cubría el suelo de alfombras.


Hay árboles que han cobijado las asambleas de humanos en el Rif y en multitud de aldeas del mundo, durante cientos de generaciones. Quizás la energía que transmiten hagan sentirse a los grupos de humanos más unidos y menos indefensos.

Hay muchos árboles en Centroamérica, grandes y poderosos, candidatos a ser apropiados árboles de reunión. Tan hermosos y singulares que merecen llevar un nombre. No el científico o popular, que lo tienen, sino uno propio que marque su singularidad. 

Mientras pedaleo y me asombró de estos titánes que jalonan mi ruta sigo a mi padre en su periplo, oigo los murmullos y los saludos cuando llega a los aduares, miro como se sienta con todos bajo un árbol en el Rif y hablan de asuntos que no alcanzo a oir..........por el persistente ruido de los camiones que me adelantan.





martes, 6 de marzo de 2018

Bendiciones

Al llegar a Choluteca he tenido que apartarme de la carretera acometido por el avasallador empuje de los autobuses escolares USA adaptados en Honduras al transporte local de las aldeas vecinas.

Mientras esperaba pacientemente a un costado del trasto he visto como descendía con dificultad extrema una anciana empequeñecida, frágil y desamparada. Tanto como si a mi desaparecida madre, castigada por años de alzheimer, le hubiéramos dejado sola y con unos trapos y unas zapatillas se hubiera subido sin destino a uno de estos autobuses amarillos.

He observado a la anciana que titubeaba en sus pasos y no llegaba a apartarse con seguridad al borde de la calle quedando a merced de la prudencia de los conductores.

He parado y sugerido a unas vendedoras jóvenes que la anciana parecía desorientada y perdida. Nada de eso, me tranquilizaron lasa chicas, la señora aparecía todos los días por esas horas y ejercía la mendicidad en el centro de Choluteca.

Pasó a mi lado y,en efecto, me pidió limosna. Contra mi costumbre le di un billete de suficientes lempiras para que lo mirara dos veces entre sus dedos y, luego, levantó sus ojos hacia mi y me pidió que me quitara el casco.. "que no le voy a hacer nada"

Me lo quité y bajé la cabeza cuando ella dirigía su mano a mi frente  mientras me bendecía.

lunes, 5 de marzo de 2018

Sur de Honduras

Me dejó mecer a esta hora  por el viento que recorre los manglares del Golfo de Fonseca. 

En un descuido, hasta sueño que el aire se hará fresco en un rato. Un sueño refugio e imposible. Se ha puesto al fin el sol para darnos un descanso y en San Lorenzo anochece. 

Se van deshaciendo las últimas horas del domingo.






























El agua chapotea bajo estos pequeños palafitos que asemejan satélites de un bar de costa. Hay más sonidos pero no les presto atención. Esta calma refrescante surca, cuando escribo, mi primera noche hondureña.
Los miles de grados que me atizaron desde temprana hora, por atrevido, en la carretera Panamericana me han dado la oportunidad de conversar con estas gentes en cada obligado y asfixiado descanso. 

Sus nombres: Carlos, quien ya había tomado 10 cervezas a las 10. Beresina, maestra de Nacaome, estudiante en Madrid,  que había sacado a su madre a visitar a sus parientes. El asador de pollos que orientó mi búsqueda de hotel en San Lorenzo. Y al final, como leño ardiente que necesita playa, di con Carlos, sevillano inmigrado, que por achicarme el precio del hotel Rivera terminó por aplicarme tarifa de tercera edad y cobrarme solo una de las dos noches que voy a pasar aquí. En el corazón del Sur de Honduras.