Salimos bien temprano con intención de caminar al sur oeste y ganar cuanto antes la costa que habría de llevarnos a Conil de la Frontera pasando por El Palmar.
Era domingo y hacía una mañana fría y con viento. Aún así, los surfistas y sus cometas se adentraban en el atlántico.
El agua de los brazos del río Salado nos cerro el paso en nuestra travesía y solo pudimos acercarnos al puente observando la ruta que llevaban otros escasos caminantes a lo lejos.
Conil, blanca y animada, hizo todo por retenernos entre sus calles estrechas y sus cafés de gente animada por el sol y resguardada del viento, pero al poco salimos para no demorar la etapa, que era larga y no podríamos terminar por nuestros medios a causa de la distancia. La primera vez que se aborda ese tramo de costa no resulta fácil acercarse al Cabo Roche, oculto entre matorrrales y no es este un faro que sobresalga y se divise desde lejos.
No había más remedio que esperar un autobús urbano que nos acercaría a Chiclana, que se encuentra en el interior a casi nueve kilómetros de la costa.